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Vegasaurus molyi, nueva especie de plesiosaurio descubierta en la Antártica

Vivió hace aprox. 70 millones de años y alcanzó los 6,7 metros de longitud. Sus restos se encontraron en la Isla Vega y tras arduas tareas de rescate, a cargo del Instituto Antártico Argentino y un equipo del Museo de La Plata, se obtuvo su esqueleto casi completo.
El paleontólogo José Patricio O’Gorman, autor principal del estudio publicado en la revista científica Journal of Vertebrate Paleontology, comentó a la Agencia CTyS que “si bien los plesiosaurios abundaban en los ambientes marinos en la época de los dinosaurios, el Vegasaurus molyi es la primera especie identificada en la Antártida cuyo esqueleto está casi completo y en muy buen estado de conservación”.

Prácticamente, lo único que faltó encontrar fue su cráneo. “Este ejemplar nos permitió establecer las relaciones de parentesco entre el Vegasaurus y otros plesiosaurios que habitaron en Antártida, Patagonia y Nueva Zelanda hacia fines del Cretácico”, destacó el investigador del Museo de La Plata (MLP) y el CONICET.
Se recuperaron costillas de este espécimen, más de 100 vertebras, la cintura escapular, la cintura pélvica, sus miembros y el cuello completo. “En total, estimamos que el ejemplar alcanzó los 6,7 metros, pero la vértebra cervical que estaba en contacto con la cabeza no era mucho más grandes que la de un humano, de apenas 2 o 3 centímetros de largo, por lo cual, su cráneo era de pequeño tamaño y no podía ingerir animales muy grandes, más allá de que posiblemente era un predador activo”, contó O´Gorman.
La extracción de este ejemplar representó una gran dificultad e implicó décadas de trabajo. De hecho, un equipo de geólogos encabezado por Eduardo Olivero avistó una de sus aletas anteriores en el año 1989 y, recién en el año 1993, se pudo realizar la primera campaña paleontológica de rescate. Luego, en 1999, se continuó con la expedición, que recién pudo ser finalizada en el 2005. Desde entonces, comenzó el estudio de los fósiles hasta la reciente publicación que demuestra que se trata de una nueva especie.
El doctor Marcelo Reguero, encargado de las colecciones del MLP, estuvo presente en las tres campañas y explicó que “para llegar a la Isla Vega se precisa de un helicóptero y una logística compleja, por lo que fuimos a rescatar este ejemplar las veces que nos fue posible y, cuando no, continuamos con las investigaciones en otros sitios de la Antártida”.
Las tareas de rescate y el tendón de Moly
Nunca antes se había realizado campañas paleontológicas en la Isla Vega y, en el año 1993, los paleontólogos Marcelo Reguero y Juan José Moly, junto a dos geólogas, fueron hasta allí para rescatar a este plesiosaurio.
“El principal obstáculo que teníamos para realizar la excavación es que este animal estaba ubicado el permafrost, que es un suelo congelado, y en un momento probamos de ayudarnos con un secador de pelo, pero no funcionó”, recordó Moly.
“Acampamos allí casi dos meses en 1993 y fue un trabajo con mucha dificultad, por el clima, porque tuvimos que excavar, a pico y pala nada más, y hacer un terraplén, porque los restos estaban incrustados en un cerro”, relató Reguero. Y agregó: “Además, por ahí excavábamos durante dos o tres días y una tormenta cubría y congelaba todo nuevamente”.
El nombre Vegasaurus molyi, alude a la isla en que fue hallado, pero también al hombre que puso más empeño para rescatarlo. Así lo cuenta Marcelo Reguero: “Juan José Moly puso muchísima dedicación para extraer este animal y, desde esa campaña de 1993, arrastra una tendinitis crónica, porque tenía el brazo lesionado y siguió trabajando; es como que llegó a tener una obsesión, que también se notó en la campaña de 2005, cuando estuvo todo el tiempo con el martillo picador”.
Aun con todas las adversidades que debieron afrontar, en esa primera campaña se desenterró casi el 65 por ciento del total del animal. Recién en 2005 se extrajo el último fósil preservado. “Excavamos hasta que llegamos a la pieza sobre la cual debería estar apoyada la cabeza, que lamentablemente no estaba”, contó Moly. Y detalló: “El cuerpo estaba como de costado y en una posición de U, con la cola y el cuello incrustados hacia el interior del cerro”.
Posibles causas de su extraordinaria conservación
Hoy, la Antártida alcanza temperaturas muy bajas, de -15 C° en las noches de verano, pero, a fines del Cretácico, poco antes de la extinción de los dinosaurios, el clima era muy diferente: en la península antártica había bosques, un clima templado y se estima que este plesiosaurio quedó cubierto rápidamente en un ambiente marino, lo cual ayudó a su preservación y a que los animales carroñeros no llegaran a desmembrar su cuerpo.
No obstante, antes de que el cadáver fuera sepultado por sedimentos, hubo animales que comenzaron a depredarlo y, quizás, alguno de ellos arrastró su cabeza. “Entre sus vértebras, se encontró una docena de nautiloides, que son moluscos carnívoros, y también una vértebra de tiburón clavada en una de sus vértebras”, precisó Reguero.
También es posible imaginar que la mordida de tiburón haya sido mientras este Vegasaurusvivía. “Una de las hipótesis es que los plesiosaurios acostumbraban a flotar, cerca de la superficie y, desde abajo, un tiburón lo podría haber atacado”, sopesó Moly. Y bromeó: “No sé si fue el causante de su muerte, pero que lo quiso comer, seguro”.


Referencia

Babibasiliscus alxi, podría representar el primer miembro del grupo denominado “Lagartos Jesucristo"

Apodados así por su habilidad para correr sobre el agua. Hace unos 48 millones de años, una especie “hermana” de esta familia de reptiles que vivía en EE UU también parece haber tenido esta habilidad. El hallazgo arroja luz sobre el clima tropical de EE UU durante la época del Eoceno.

Imagen del cráneo escaneado de Babibasiliscus alxi. / Jack L. Conrad
Los parientes modernos de los lagartos “Jesucristo”, de la familia de los coritofánidos (Corytophanidae), viven en el área que va desde el centro de México hasta el norte de Colombia, y gozan de temperaturas tropicales. El nuevo fósil hallado en Wyoming, al norte de EE UU, y denominado Babibasiliscus alxi, podría representar el primer miembro de este grupo de reptiles, que incluye a las iguanas y los camaleones.
Jack Conrad, investigador en el departamento de Paleontología de Vertebrados del Museo Americano de Historia Natural de Nueva York, destaca en PLoS ONE que la principal característica de la nueva especie de lagarto era caminar sobre el agua. “Aunque no tenemos evidencias directas de que este animal fuera en realidad capaz de correr por la superficie del agua, al pertenecer a la familia de los coritofánidos pudo tener esa habilidad”, dice a Conrad.
El grupo de los lagartos “Jesucristo” incluye los géneros Basiliscus (que son los que mejor caminan sobre el agua) y Laemantus, que también lo hacen, “pero no tan bien”, confiesa el experto, quien añade que el nuevo fósil es un taxón “hermano” de estos últimos.
«Si tu hermano puede correr sobre el agua y tu primo también, hay muchas probabilidades de que tú también puedas hacerlo. Es el llamado horquillado filogenético”, explica Conrad.
Un resistente lagarto de ambientes tropicales
Babibasiliscus alxi fue el miembro más antiguo de la familia de estos lagartos y demuestra que este grupo de reptiles «apareció antes de lo que se pensaba”, asegura el investigador. “Es como encontrar una foto de tu hermano gemelo y tú mismo de 1995. Eso quiere decir que tu gemelo estaba vivo en esa fecha”, ilustra el paleontólogo.
En cuanto a sus características físicas, Conrad subraya que se trataba de un reptil muy resistente. Prueba de ello es la fractura de mandíbula que sufrió el individuo hallado y que se curó a lo largo de su vida.
Además, el cráneo encontrado estaba fuertemente construido, “lo que sugiere que pudo haber sido capaz de aprovecharse de una amplia variedad de alimentos”, apunta el científico. El fósil muestra pequeños dientes que le permitieron comer serpientes, otros lagartos, peces, insectos y plantas, como hacen en la actualidad sus parientes modernos.
Sin embargo, el fósil fue hallado muy lejos de donde suelen vivir ahora estos reptiles: en la América tropical. “Durante mucho tiempo se pensó que estos lagartos se originaron en ese lugar y que pasaron toda su historia evolutiva allí, pero esta nueva especie y otra encontrada en Europa demuestran que la familia estuvo una vez mucho más extendida”, indica Conrad.
El estudio revela que la zona donde se halló el fósil tuvo el mismo ambiente tropical que donde viven los lagartos actuales. “La formas modernas de estos animales están restringidas a los trópicos, por lo que en el centro de EE UU las condiciones climáticas hace 48 millones de años pudieron permitir que estos animales sobrevivieran”, concluye el investigador.
Referencia
  • Jack L. Conrad. “A New Eocene Casquehead Lizard (Reptilia, Corytophanidae) from North America” PLoS ONE DOI:10.1371/journal.pone.012790 1 de julio de 2015

Fuente

Transición de bípedos a cuadrúpedos en Dinosaurios

El estudio comparativo de las articulaciones de dinosaurios fósiles y caimanes actuales indica el modo en que se produjo esa transición.
  
Todos los dinosaurios saltaban, caminaban o se movían pesadamente sobre las dos patas traseras. Pero en ocasiones algunos descansaban o corrían con las cuatro para lograr una mayor estabilidad. Con el tiempo ese rasgo evolucionó y los dinosaurios se convirtieron en cuadrúpedos. Durante la transición, las extremidades delanteras se mantuvieron más cortas que las posteriores, lo que llevó a plantear la cuestión de cómo compensarían la postura inclinada con sus miembros rechonchos. ¿Caminarían sobre sus “dedos” o sobre sus palmas? Una nueva investigación sugiere que lo hicieron sobre estas últimas: algunos dinosaurios primitivos y sus parientes próximos se habrían apoyado directamente sobre sus palmas delanteras.
Los caimanes realizan una hiperextensión de sus dígitos
cuando caminan con el cuerpo levantado. [ISTOCKPHOTO]

Los dinosaurios se hallaban estrechamente emparentados con los antepasados de los caimanes y, por lo tanto, compartían muchas características estructurales con ellos. Ello llevó al biólogo Joel Hutson y a la geóloga Kelda Hutson a comparar la mecánica de las extremidades anteriores de los caimanes con la de fósiles de Postosuchus (pariente de los primeros dinosaurios y antepasado de caimanes y cocodrilos) para conocer mejor su movilidad articular.
Midieron el movimiento de cada articulación en especímenes de caimanes en distintos estados: inalterados, sin escamas, sin músculos ni tendones, sin ligamentos y, por último, sin cartílago. El equipo comprobó que, en los especímenes que presentaban un contacto directo entre huesos, la capacidad de extensión se igualaba a la de los fósiles. También verificaron que, con el cartílago en su lugar, los dígitos del caimán se hiperextendían fácilmente hacia atrás, lo que sugiere que Postosuchus exhibiría también esa capacidad. Por consiguiente, quizás los dinosaurios que realizaron la transición desde el bipedismo también caminaron de ese modo (sobre las palmas y con los dedos hiperextendidos). Los resultados se publicaron en línea el pasado marzo en la revista Journal of Zoology.
Las comparaciones de la amplitud de movimiento entre fósiles de dinosaurios y tejido fresco inalterado se han realizado en muy pocas ocasiones, según Mason Meers, biólogo de la Universidad de Tampa que investiga la evolución de la locomoción de los cocodrilos. «Esa labor lleva cien años de retraso», añade. Y aunque el estudio es reducido, en opinión de Joel Hutson, los resultados arrojan más luz sobre el modo extraño en que se desplazarían los primitivos dinosaurios. Por ejemplo, en el proceso de desarrollar cuatro patas dedicadas a la locomoción, estos podrían haber utilizado sus muñecas y palmas como si se tratara de zancos.
Más información

Fuentes

Biodiversidad Urbana

Silenciosos, escurridizos, y hasta invisibles, una rica variedad de animales comparten la ciudad, haciendo de edificios, plazas y parques su nuevo hábitat.
Para algunos, Santiago siempre fue su hábitat natural y lograron sobrevivir al crecimiento de la ciudad, los autos y el cemento. Otros llegaron a ella en busca de abrigo y comida, y se quedaron. Es la desconocida fauna que convive entre los seis millones de habitantes de la capital pero que en muchos casos sólo es advertida por ojos y oídos humanos entrenados.
Herman Núñez, curador jefe del Área Vertebrados del Museo Nacional de Historia Natural, explica que en Santiago existe un solo ecosistema: el mediterráneo con cierta degradación del mismo hacia la cordillera. El cemento de la ciudad produce calentamiento del ambiente en algunas zonas pero no por eso deja de ser mediterráneo. “Lo que sí produce es una fragmentación de los componentes del ecosistema mediterráneo compuesto por plantas y animales, que se ven aislados unos de otros, disminuyendo flujos génicos, con el consiguiente empobrecimiento de la biodiversidad genética, lo que propicia extinciones locales, no sólo de animales, sino también de plantas y suelos”, dice Núñez.
Anfibios y reptiles
Según Núñez, en el cerro San Cristóbal y Santa Lucía, sobre todo en primavera, se pueden ver lagartijas que salen a tomar sol entre las enredaderas del parque, pero son muy huidizas y cuesta verlas.
Otro visitante de temporada es el sapito de cuatro ojos (Pleurodema thaul). “En invierno, cuando llueve, las aguas que bajan de la cordillera los arrastran. Son los únicos sapos que a veces llegan a la ciudad y se pueden ver, por ejemplo, en el Zanjón de la Aguada, pero sobreviven sólo uno par de días”, explica Núñez. En otras aguas, como la laguna del Parque O’Higgins o la de la Quinta Normal se pueden ver ranas africanas que se han adaptado a estos lugares.

Sapito de cuatro ojos (Pleurodema thaul)
Sebastián Celis, veterinario de Buin Zoo, señala que en las cercanías de Colina, a veces, es posible observar a la iguana chilena, el réptil más grande del país.
Mamíferos
En Santiago existen varias colonias de murciélagos que se alimentan principalmente de polillas. También existen ratones y guarenes. Celis dice que  él mismo los ha visto en la noche caminando sobre los cables del tendido eléctrico en Las Condes.
Un poco más alejado de la ciudad, pero también conviviendo entre personas, existe un pequeño grupo de zorros culpeo (Lycalopex_culpaeus) que bajan hasta el camino a Farellones y comen lo que las personas les dejan en el camino. “Se acostumbraron ”, dice Celis.

Zorro culpeo (Lycalopex_culpaeus)

Aves
La Unión de Ornitólogos de Chile realiza constantemente seguimientos a las aves que están en la ciudad. Juan Aguirre, su director, explica que la ciudad es un buen lugar para las aves que antes acostumbraban a vivir en el campo, como las tórtolas, tencas, mirlos y raras. “Hay harto alimento, sobre todo en las comunas que tienen plazas y parques con árboles altos y frondosos. Además, los edificios altos, ayudan a que el invierno sea menos crudo para ellas”, cuenta.
La rara (Phytotoma_rara) (parecida a la loica), por ejemplo, llegó hace unos siete años a la ciudad y ha hecho de las plazas de Ñuñoa y Providencia un lugar para vivir. El mirlo, también ha aumentado su presencia y es habitual ver bandadas de 30 ó 40 individuos en los sectores aledaños a la Escuela de Carabineros, en el sector de Antonio Varas.

Las aves rapaces también hacen de la ciudad su casa, pero no  en grandes cantidades, ya que por ser especies predadoras y muy territoriales, no acostumbran a compartir su espacio con sus pares. En el edificio de la Telefónica, en pleno corazón de Santiago, por ejemplo, se sabe que una pareja de halcones peregrinos (Falco peregrinus) hizo allí su nido. También se les ha visto en edificios altos de la calle Carlos Antúnez y cerca del Pueblito de Los Dominicos.

Halcon peregrino (Falco peregrinus)
Por la noche, en el centro de Santiago, se pueden ver lechuzas. “Son más comunes de lo que la gente cree. Cazan sobre todo ratones”, señala Aguirre.
La tórtola es otra de las aves a las que le gustó Santiago. Llegó del campo hace 12 ó 15 años y se acostumbró a los humanos. Ni siquiera huye de ellos, como sí lo hacen sus primas del campo.
Juan Carlos Torres, vicepresidente de la Unión de Ornitólogos, dice que también se pueden ver cernícalos, una ave rapaz un poco más pequeña que el halcón, que caza presas vivas al amanecer y atardecer y vive en parejas. Otra rapaz habitual de la ciudad son los tiuques (Milvago chimango), pero esta es carroñera y se puede ver en las calles comiendo incluso sobre el suelo y en grupos, porque son más sociales.


Mantis religiosa
Entre los insectos, Celis cuenta que no es raro que en el verano aparezcan saltamontes, sobre todo en las casas que tienen pasto y malezas sin cortar. Con ellos aparece también la mantis religiosa porque los saltamontes son su principal alimento.


Fuente
por Cecilia Yáñez

Liolaemus scorialis y Liolaemus zabalai, dos nuevas especies endémicas de lagarto para Chile

Hasta la fecha se las había confundido con otras dos especies del denominado complejo elongatus-kriegi.
Un grupo de científicos chilenos han descubierto dos nuevas especies de lagartos en el Parque Nacional Laguna del Laja, en Chile.
Las dos nuevas especies se cree que habían sido durante mucho tiempo confundidas con otros representantes del complejoelongatus-kriegi, lagartos de tamaño medio, saxícolas, vivíparos, insectívoros u omnívoros, hasta que recientes análisis morfológicos diagnosticaron que pertenecían a otra especie. El estudio ha sido publicado en Zookeys [1].
Los dos nuevos lagartos, endémicos de Chile, pertenecen al género Liolaemus que contiene un total de 254 especies datadas, todas ellas exclusivas de Sudamérica. Este estudio se centraba en las especies del complejo elongatus-kriegi de la Laguna del Laja y los nuevos análisis de las dos especies ha permitido a los autores catalogarlas como dos nuevas especies: Liolaemus scorialis y Liolaemus zabalai.

La denominación de scorialis se debe a la específica localización del ejemplar identificado, en una zona compuesta principalmente porescoria volcánica. La segunda de las especies, L. zabalai fue nombrada así en agradecimiento a Patricio Zabala, director de la Colección de Flora y Fauna Patricio Sánchez Reyes de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

[1]
Troncoso-Palacios, Hugo A. Díaz, Damien Esquerré, Felix A. Urra
Fuente

OJO PARIETAL

Un ojo parietal, también conocido como un tercer ojo u ojo pineal, es una parte de la epitálamo presente en algunas especies animales. El ojo es fotorreceptora y se asocia con la glándula pineal, la regulación de la ritmicidad circadiana y la producción de la hormona para la termorregulación.

Función
El lagarto reptil tuatara tiene un «ojo parietal bien desarrollado, con una pequeña lente y la retina». Ojos parietales se encuentran también en los lagartos, ranas y lampreas, así como algunas especies de peces, como el atún y los tiburones pelágicos, en los que es visible como un punto sensible a la luz en la parte superior de su cabeza. Una versión poco desarrollada, a menudo llamada la glándula parapineal, se produce en las salamandras y en pescados como el pez cebra. En las aves y los mamíferos el órgano parietal está ausente.
Anatomía
El ojo parietal es una parte de la epitálamo, que se puede dividir en dos partes principales; la epífisis y el órgano parietal. Surge como una evaginación anterior del órgano pineal o como una consecuencia separada del techo del diencéfalo. En algunas especies, que sobresale a través del cráneo. El ojo parietal utiliza un método bioquímico diferente de detección de la luz de células de la barra o las células de cono en un ojo normal vertebrado.
Muchos de los vertebrados fósiles más antiguos, incluyendo ostracodermos, placodermos, Crosopterigios, e incluso los primeros tetrápodos, tenía un enchufe en el cráneo que parece haber tenido un tercer ojo funcional. Este zócalo permanece como un agujero entre los huesos parietales incluso en muchos anfibios y reptiles vida, a pesar de que ha desaparecido en las aves y mamíferos. El tercer ojo, cuando está presente, es siempre mucho más pequeña que los principales pares de ojos, y, en las especies vivas, que siempre está cubierta por la piel, y por lo general no es fácilmente visible desde el exterior.
Entre los peces, las lampreas conservan dos ojos funcionales «tercero», que se desarrolló a partir de la glándula parietal, y el otro de la glándula pineal. Estos son uno detrás del otro en el centro de la superficie superior de la caja craneana. Debido a las lampreas están entre el más primitivo de todos los vertebrados vivos, es posible que este era el estado original de los vertebrados, y puede haber permitido las especies que habitan el fondo de las amenazas de sentido desde arriba.
Anatomía comparada
Como se muestra en las figuras adjuntas, el ojo parietal de los anfibios y reptiles aparece relativamente lejos hacia adelante en el cráneo, por lo que puede ser sorprendente que la glándula pineal humana aparece lejos de esta posición, escondido entre el cuerpo calloso y el cerebelo. También los huesos parietales, en los seres humanos, constituyen una porción de la parte posterior del cráneo, lejos de los ojos. Para entender esto, tenga en cuenta que los huesos parietales forman una parte del cráneo que se extiende entre los ojos en sarcopterigios y anfibios basal, pero se han movido más hacia atrás en los vertebrados superiores. Del mismo modo, en el cerebro de la rana, el diencéfalo, de la que surge el tallo pineal, parece relativamente más hacia delante, como los hemisferios cerebrales son más pequeñas, pero los lóbulos ópticos son mucho más prominente que el mesencéfalo humano, que es parte del tallo cerebral . En los seres humanos la vía óptica, comisura, y el puente del nervio óptico la distancia sustancial entre los ojos y el diencéfalo. Del mismo modo el tallo pineal de Petromyzon alarga considerablemente durante la metamorfosis.
Los análogos en otras especies
Los crustáceos tienen un solo ojo encima de la cabeza como un nauplio. El ojo tiene un lente y dirección sentidos de la luz, pero no puede ver las imágenes. Más tarde, los ojos segmentados más sofisticados desarrollan en los lados de la cabeza, pero el ojo inicial se mantiene durante algún tiempo. Por lo tanto es posible decir que en algún momento de los crustáceos de desarrollo tiene el «tercer ojo» también. Algunas especies, como Artemia salina, el camarón de salmuera, retienen la atención primaria, que es de tres ojos en la etapa adulta.
Muchos artrópodos tienen ojos simples, con frecuencia entre los principales ojos, llamados ocelos.

[Fuente]
http://centrodeartigos.com/articulos-informativos/article_74942.html

Formación del caparazón de las tortugas.

Un estudio reciente apunta que el desarrollo de esta estructura se deriva del esqueleto interno, no de células cutáneas, como otras hipótesis apuntan.

La tortuga es un animal envuelto en el misterio. Cocodrilos y armadillos se blindan con un exoesqueleto de placas óseas, pero la tortuga va un paso más allá y desarrolla un caparazón que se ancla a la caja torácica y la columna vertebral. El caparazón forma, por tanto, parte de su esqueleto interno. No se conoce con claridad el modo en que el embrión de tortuga construye su fortaleza, una rasgo único entre los vertebrados. Sin embargo, dos ideas enfrentadas están intentando explicar este gran rompecabezas evolutivo.
Hasta hace poco, muchos biólogos pensaban que el caparazón de la tortuga se formaba a partir de células cutáneas adyacentes a las costillas, que se transformarían en hueso en el curso del desarrollo. Pero un estudio reciente liderado por investigadores del Centro Riken de Biología del Desarrollo, en Japón, ofrece una nueva visión, según la cual el caparazón tendría su origen en el esqueleto interno del animal. El trabajo se basa en un análisis comparativo de embriones de pollo, cocodrilo y tortugas de caparazón blando (en estas el caparazón se forma como una prolongación de los propios huesos).
Los investigadores siguieron con detalle el desarrollo de las membranas, los tejidos conjuntivos, las capas cutáneas y el tejido óseo en cada etapa del desarrollo embrionario de tortugas de caparazón blando. Estas especies poseen la mayoría de la subestructura ósea del caparazón, pero este se halla cubierto de tejido blando, no de escudos óseos.
Los autores informaron que las costillas de las tortugas se alargan y luego se ensanchan en sus extremos, en forma de cuchara. Sin embargo, el crecimiento de la costilla no alcanza la dermis. En ese momento, una capa externa de hueso llamada periostio envía células óseas para construir las capas externas de la parte dorsal. El trabajo sugiere, por tanto, que el caparazón procede del esqueleto interno, sin contribución de la piel o del exoesqueleto.
Investigadores de otros centros opinan que ambas teorías podrían estar en lo cierto. Mientras en algunas especies de tortuga las células dérmicas que rodean las costillas se osificarían mediante la acción de ciertas proteínas, en otras la formación del caparazón dependería del crecimiento de los huesos. Varios expertos coinciden en que los estudios de otras especies pueden ayudar a aclarar en que difieren las tortugas de caparazón blando de las de caparazón duro y qué aspectos del desarrollo de esa estructura son comunes a todas las tortugas.
[Fuente]

Thalattoarchon saurophagis.

¿Cuál habría sido el momento más seguro, para darse un chapuzón, en los océanos prehistóricos?
De inmediato deberíamos descartar el Mesozoico. Desde el Triásico hasta el final del Cretácico, hace 66 millones de años, los mares estaba dominados por una sucesiva corte de depredadores, con grandes dientes, algunos que cazaban presas aun más grandes que ellos mismos. Pliosaurios, cocodrilos marinos, y mosasaurios prosperaron en los antiguos mares, cada una radiación más extrañas y más aterradora que lo que había venido antes. Y, hasta donde sabemos, la larga tradición de reptiles marinos macro depredadores, comenzó con un ictiosaurio, hace aproximadamente 245 millones, el que poseía una mandíbula con una doble corrida de dientes.

La paleontóloga Nadia Fröbisch y sus colegas han llamado al depredador Thalattoarchon saurophagis, según se publica en la edición de hoy de PNAS. El fósil del depredador, lo hallo Jim Holstein, mientras buscaba en rocas del Triásico Medio, en Augusta, Nevada en 1997. Después de que el espécimen fue finalmente levantado del sitio en el año 2008, el fósil resultó estar compuesto, por la parte posterior del cráneo, gran parte de la columna vertebral, partes de las caderas, y los elementos de las aletas traseras de un solo animal con una longitud estimada de 8,5 metros. Pero lo que hace ten temible al Thalattoarchon, no es solo su tamaño, sino lo que se encontró al examinar su mandíbula.

Al examinar la boca petrificada de casi cualquier ictiosaurio y encontrarás un montón de simples y puntiagudos dientes conicos,  Esta configuración, es característica de un depredador adaptado a capturar pequeñas y resbalosas presas, como peces y calamares. Los dientes de Thalattoarchon son una excepción a la regla de los ictiosaurios. Median aproximadamente 10 centímetros de alto, con una corona de 5 centímetros, además el diente más grande Thalattoarchon tiene la forma de una cuchilla, se comprime de lado a lado y posee dos superficies de corte. Las superficies afiladas no son acerradas, pero, en forma general, las adaptaciones dentales se asemejan a los dientes de los grandes mosasaurios, pliosaurios, algunos cocodrilos marinos, y un grupo mar tardío de ictiosaurios llamados Himalayasaurus tibetensis.

Desafortunadamente, la parte frontal del cráneo de Thalattoarchon, fue erosionado antes de que el animal se recogiera. Sin embargo, con la parte posterior del cráneo, Fröbisch y colaboradores fueron capaces de determinar que Thalattoarchon tenía grandes ojos grandes (la órbita del animal es alrededor de 30 centímetros de diámetro) y una cabeza que era casi dos veces más grande para su tamaño corporal en comparación con otros ictiosaurios contemporáneos a el.

Otros animales que se encuentran en el mismo estrato, puede ayudar a explicar por qué Thalattoarchon estaba tan bien armado. La cantera donde se descubrió la criatura ha dado múltiples muestras de otros ictiosaurios, sobre todo los Cymbospondylus de tamaño similar, y el Phalarodon mucho menor. Todos estos animales eran descendientes de reptiles terrestres, luego se adaptaron para una vida acuática, parte de una gran invasión de los océanos, que se inició a principios del Triásico.

El nuevo estudio no presenta ninguna prueba directa de la depredación “ictiosaurio por ictiosaurio”, pero, en base a la anatomía del depredador recientemente descrita y la riqueza local de reptiles marinos, Thalattoarchon pudo haber sido un depredador que se adaptó especialmente para cazar otros ictiosaurios. El contenido estomacal, coprolitos y huesos dientes marcados ayudaría a prueba esta hipótesis.

Pero el hecho de que Thalattoarchon haya existido nos dice algo importante sobre la vida de hace 245 millones de años. Un ictiosaurio macrodepredador, no podría haber evolucionado a menos que los niveles inferiores de la escala trófica (Los productores, consumidores de primer orden, y así sucesivamente) ya estaban en el lugar. Especializados carnívoros de segundo orden sólo aparecen cuando las comunidades han alcanzado un determinado nivel de productividad y riqueza, de lo contrario simplemente, el alimento no es lo suficiente abundante para su consumo. Esto nos dice algo acerca de la importancia del tempo que toma la evolución después de un desastre.

Thalattoarchon, aparece en el registro fósil, sólo unos cinco millones de años después de la peor extinción total, que el mundo haya visto. Durante este evento catastrófico (probablemente desencadenada por grandes erupciones volcánicas que alteraron dramáticamente la atmósfera, el clima y los océanos) hasta un 95% de las especies marinas conocidas desaparecieron (La vida en  tierra fieme, también se vio afectada). Para Fröbisch y los coautores del estudio, Thalattoarchon demuestra es que al menos algunos ambientes oceánicos fueron capaces de recuperarse en tan sólo unos pocos millones de años, luego de la extinción en masa. Las especies que fueron lo suficientemente resistente como para sobrevivir a la devastación de finales del Pérmico sentaron  las bases para los siguientes 250 millones de años de evolución.

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