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Primer análisis detallado y exhaustivo sobre el hueso del oído de los cinodontes del Triásico

Durante mucho tiempo se ha creído que el hueso del oído llamado estribo, uno de los huesos más pequeños en los ancestros de los mamíferos, no muestra diferencias entre las especies.
Ahora, el doctor Leandro Gaetano y el profesor Fernando Abdala, del Instituto de Estudios Evolutivos de la Universidad de Witwatersrand, en Sudáfrica, han completado el primer análisis detallado y exhaustivo sobre el hueso del oído de los cinodontes del Triásico, y han encontrado algunas variaciones notables en la morfología de este hueso, incluso entre animales de la misma especie.
«Nadie ha prestado realmente atención a este pequeño hueso antes. Al estudiar este hueso del oído de cinodontes del Triásico (los precursores de los mamíferos, incluidos los humanos), empezamos a ver esas diferencias en los dos últimos años«, dice Gaetano. Los resultados de este estudio, que es sólo la primera parte de un proyecto de investigación mayor, se publican este miércoles en la revista Plos One.
El único hueso del oído en los antepasados de los mamíferos, el estribo, se ha registrado en muchos cinodontes del Triásico (entre hace 220-250 millones de años). El estribo es un hueso rectangular con un agujero en el centro rodeado de columnas anteriores y posteriores de hueso. Es el único hueso del oído medio y permite la transmisión de las ondas de sonido desde el tímpano al oído interno.
«Pocas contribuciones estudiaron el estribo en cinodontes y se ha considerado históricamente como un elemento conservador que no muestra diferencias entre las especies. Sorprendentemente, hemos descubierto que hay variaciones notables en la morfología de este hueso, incluso dentro de los representantes de la misma especie«, afirma Gaetano.
Uno de los principales problemas sin resolver en cuanto al oído del cinodonte tiene que ver con la posición y características del tímpano, para lo cual se han propuesto tres teorías principales que compiten. «El estribo del cinodonte sugiere que las ondas de sonido en estos animales se transmiten al oído interno desde un tímpano en la parte posterior de la mandíbula inferior a través del estribo y los huesos quadrate«, dice Abdala.
Este experto añade que sus investigaciones están en curso, por lo que no se sabe todavía si las diferencias también implican distintas capacidades auditivas, por lo que su investigación más profunda se centrará en cómo estos huesos cambian desde el animal más joven hasta el más antiguo de una especie.

La contribución de Gaetano y Abdala proporciona una mejor comprensión del sistema auditivo en los cinodontes y su evolución, destacando la variabilidad de la anatomía ósea del oído medio. Esos científicos están estudiando actualmente el cambio en este hueso durante el crecimiento de un cinodonte sudafricano del Triásico.

Referencia

LA IMPORTANCIA DE UN HUESO DEL OÍDO PARA COMPRENDER LA EVOLUCIÓN HUMANA.

Los neandertales podrían haberse «mezclado» con los ancestros del hombre moderno en China.

Un hueso del sistema auditivo perteneciente a un cráneo que se remonta a hace unos 100.000 años, y que fue encontrado en el norte de China hace más de tres décadas, podría obligar a rescribir la historia de la evolución humana. El fósil se había asociado a un ejemplar de Homo neanderthalensis, pero, al parecer, pertenecería a uno de los primeros hombres modernos.
Imágenes del oído interno del cráneo hallado en el norte de China obtenidas mediante la técnica de la microtomografía computarizada [Instituto de Paleontología Vertebrada]
Tal como explica un artículo publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), Erik Trinkaus, de la Universidad de Washington en St. Louis, y sus colaboradores llegaron a dicha conclusión tras el análisis de las imágenes del resto obtenidas mediante microtomografía computarizada (que utiliza rayos X para mostrar secciones transversales de objetos con dimensiones que varían entre algunas micras y los centímetros), las cuales revelaron la existencia de una formación ósea en su oído interno.
Inicialmente, los científicos pensaron que el cráneo pertenecía a la H. neanderthalensis; pero, tras revisar las imágenes, se percataron de que, desde un punto de vista anatómico, presentaba características típicas del hombre arcaico, nuestro ancestro más cercano a los neandertales.
En particular, encontraron que el fósil presentaoba una configuración semejante a la de los humanos modernos, con el oído interno dentro del hueso temporal del cráneo. Este, a su vez, contiene la cóclea, que convierte las ondas sonoras en señales eléctricas (que llegan al cerebro a través de los nervios), y los canales semicirculares, responsables de mantener el cuerpo humano en equilibrio durante sus movimientos. Desde mediados de los años 90, la disposición de los canales semicirculares ha sido considerada una huella inequívoca para identificar los fragmentos de cráneos fósiles de neandertales y distinguirlos de los primeros humanos y del Homo sapiens sapiens.
No obstante, el hallazgo pone en entredicho la visión actual de la distribución de las poblaciones en el Pleistoceno tardío, y crea todavía más confusión sobre las últimas etapas de la evolución humana. Además, sigue sin esclarecer si las diferencias en el oído interno generaron desigualdades en el equilibrio o en la agilidad entre los humanos modernos y otros linajes. Por todas estas razones, los responsables del estudio concluyen que la historia del hombre puede ser más compleja de lo que hasta ahora venían indicando las observaciones y que no podemos confiar tan solo en una característica anatómica o en un fragmento de ADN para establecer las rutas evolutivas que siguieron las diferentes especies humanas.

Más información PNAS
Temporal labyrinths of eastern Eurasian Pleistocene humans.
Xiu-Jie Wu, Isabelle Crevecoeur, Wu Liu, Song Xing, and Erik Trinkaus.
http://www.pnas.org/content/early/2014/07/02/1410735111

[Fuente]
http://www.investigacionyciencia.es/noticias/un-hueso-podra-rescribir-la-historia-del-hombre-12250

Tapirus kabomani, nueva especie de tapir en la Amazonia.

Un descubrimiento realmente grande. Por lo menos en tamaño, puede ser considerado como el descubrimiento zoológico más grande de las últimas dos décadas. Se trata en concreto de una nueva especie de tapir, bautizado para la ciencia como Tapirus kabomani, y el equipo de investigadores que han realizado este descubrimiento presentan su trabajo esta semana en un articulo publicado por la revista Journal of Mammalogy. El kabomani es la quinta especie de tapir descrita por los científicos -la anterior fue localizada en 1865- y habita en la cuenca amazónica de Brasil y Colombia.

Los datos presentados esta semana muestran que el Tapirus kabomani es conocido y cazado desde hace años por la tribu Karitiana, que lo denominan el «pequeño tapir negro». La nueva especie es muy similar a la del tapir brasileño (Tapirus terrestris), pero piel y pelo más oscuros, y de tamaño menor. Mientras que un tapir brasileño puede llegar a pesar hasta 320 kilogramos, el T.kabomani pesa en torno a 110 kilogramos. Dado su tamaño relativamente pequeño probablemente será conocido a partir de ahora como el tapir pigmeo o enano tapir. También tiene las piernas más cortas, un cráneo en forma más alargada y una cresta menos prominente.
Sabiduría local
El paleontólogo Mario Cozzuol, profesor de la Universidad Federal de Minas Gerais (Brasil) y autor principal del estudio, recuerda que durante muchos años, los investigadores no prestaron atención a las indicaciones de las comunidades indígenas cuando explicaban que conocían una especie de tapir enano. Finalmente, el equipo liderado por Cozzuol revisó los datos conocidos, tomo imágenes, comparó esqueletos guardados en diversos museos y analizó muestras de ADN hasta certificar el descubrimiento oficial de la nueva especie. Los datos conocidos ahora muestran que, curiosamente, Theodore Roosevelt cazó un ejemplar de esta especie en 1912, cuyos restos se conservan Museo Americano de Historia Natural de Nueva York. En el momento de la caza, Roosevelt dejó escrito que los cazadores locales consideraban a este animal como una especie distinta del tapir.
El Tapirus kabomani habitan en praderas abiertas y bosques en el sudoeste del Amazonas (los estados brasileños de Rondonia y Amazonas, así como el departamento colombiano de Amazonas). Por tamaño, el tapir kabomani se puede comparar al bovino conocido como saloa, localizado en 1992 en Vietnam y Camboya.

[Fuente]
http://www.lavanguardia.com/natural/20131218/54397317839/descubrimiento-nueva-especie-tapir-en-amazonia.html

Orrorin tugenensis, caminar bípedo hace 6 millones de años.

El caminar en dos patas es una estrategia de adaptación muy extraña en la naturaleza, y nuestra forma de hacerlo  es única en la naturaleza, porque estamos totalmente erguidos, a diferencia de las aves, que son otros de los animales que caminan en dos patas. Son muchos los que de vez en cuando caminan en dos patas, con alguna ayuda o no, pero que cuentan con un cuerpo que ha evolucionado especialmente para ello, sólo quedamos nosotros.

Si rastreamos hacia el pasado, se cree que los primeros primates que comenzar a caminar en dos patas vivieron hace unos 7 millones de años. Hasta la fecha el fósil bípedo habitual más antiguo descubierto es Ardipithecus ramidus, de 4,4 millones de años. Pero está el llamado Millenium Man, el Orrorin tugenensis, descubierto en Kenia en 2001, con unos 6 millones de años de antigüedad, y que desde el momento de su descubrimiento ha dado mucho que hablar.
Sus descubridores dijeron desde un principio que se trataba de un bípedo, pero al ser un fósil fragmentario, no estaba claro, y pocos fueron los que lo aceptaron. Pero nuevos estudios publicados en Nature Communications arrojarían nueva luz sobre este homínido.
“El fémur de Orrorin tugenensis exhibe afinidades morfométricas con los simios del mioceno y con homínidos más tardíos”, dice Sergio Almécija, autor principal del estudio, de la Stony Brook University. En el estudio se realizaron análisis geométricos en 3D de la forma y características del fémur fragmentario que se conoce de Orrorin, y concluyen que se trataría de una forma intermedia entre los simios más antiguos y nuestros primeros ancestros, los homínidos como Ardipithecus, los Australopithecus y los primeros integrantes de nuestro género Homo.
Según los autores del estudio, esto podría indicar que los simios actuales y nosotros y nuestros ancestros, siguieron dos caminos evolutivos diferentes a partir de los simios del Mioceno, hace entre 23 y 6 millones de años atrás. La mayoría de esos simios del mioceno caminaban en cuatro patas. En el estudio se compararon más de 400 especímenes fósiles.
“Hemos descubierto que Orrorin es sorpresivamente intermedio tanto en edad como en anatomía entre los simios cuadrúpedos del mioceno y los ancestros humanos bípedos”, dice Almécija. “Nuestro artículo aporta resultados cuantitativos del fémur de Orrorin como un mosaico único y urge sobre la necesidad de incorporar fósiles de simios en los análisis futuros y en las discusiones que lidien con la evolución del andar bipedo humano, una investigación que debería dejar de considerar a los chimpancés como un punto de inicio”.
Durante décadas se pensó que nuestro antepasado remoto sería similar a los chimpancés, ya que este es nuestro pariente actual más cercano. Pero lo cierto es que los chimpancés también son el resultado de millones de años de evolución, y de un camino evolutivo totalmente diferente al nuestro. Pero ya Ardipithecus ha demostrado que el ancestro común nada tenía que ver con los chimpancés actuales, y lo mismo hace ahora Orrorin.
Las conclusiones que aporta este estudio es que los ancestros de nuestra rama evolutiva fueron los simios del mioceno, ya que Orrorin es intermedio entre ellos y nuestros antepasados los Australopithecus. No es intermedio entre lo que son los grandes simios de hoy en día y nosotros, pero no lo es porque pertenecemos a dos caminos evolutivos totalmente diferentes, y que se separaron antes de los tiempos de Orrorin.

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LA VIDA SOBRE LAS OLAS DEL MAR PUDO NO SER FÁCIL PARA LOS PTEROSAURIOS.

Un nuevo estudio que examino cómo pudieron los pterosaurios haber flotado sobre el agua,  sugiere que su postura de flotación era torpe y no habrían podido pasar largos periodos de tiempo en la superficie.

Mientras que los pterosaurios podían volar bien, y algunos estudios sugieren que podría nadar, e incluso despegar desde la superficie del agua, muy poco análisis se ha aplicado a la forma en que pudieron mantenerse en la superficie. Algunos paleontólogos han sugerido que los pterosaurios flotaban como patos o gaviotas , con la cabeza en alto y fuera del agua y las alas escondidas al lado, pero esto normalmente venía con poca consideración de cómo podría funcionar esto . Los pterosaurios , sobre todo las formas posteriores , tienen cabezas relativamente grandes , cuellos más bien rígidos que no aparentemente se pliegan en una S (como las aves). En resumen, su anatomía es muy diferente a la de un pájaro, está lejos de ser obvio si podían adquirir una postura similar a las aves acuáticas modernas, y mucho menos mantenerse sobre el agua. Este fue el dilema que llevo a los investigadores David W.E. Hone del School of Biological and Chemical Sciences, Queen Mary University of London, London, UK) y Donald M. Henderson, del Royal Tyrrell Museum of Palaeontology, Drumheller, Alberta, Canada. A desarrollar esta investigación.
La cuestión puede parecer trivial, pero tiene implicaciones importantes para nuestra comprensión de los pterosaurios . Si flotan torpemente, esto limitaría su capacidad para descansar en el agua después de viajes largos o después de bucear, y sugiere que se verían obligados a pasar más tiempo en las costas que sobre los cuerpos de agua (océanos y/o lagos). 

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Crecer hasta la muerte.

Un estudio sugiere que los huesos de algunos dinosaurios seguían creciendo toda su vida.

Hace unas semanas, en ocasión de la reunión de la Sociedad de Paleontología de Vertebrados en Los Ángeles, Jack Horner, del Museo de las Rocosas en Bozeman, Montana, presentó sus investigaciones sobre los huesos fosilizados de algunos dinosaurios de la colección del mismo museo. En la mayoría de los ejemplares estudiados, observó que el tamaño del cuerpo de estos animales seguía creciendo, en el momento de su deceso.
Horner se centró en el análisis de capas óseas superficiales en fósiles etiquetados como «jóvenes», que suelen mostrar la existencia de canales a través de los cuales se extendían los vasos sanguíneos, así como de grandes grupos de osteocitos (células necesarias para la formación de los huesos). No obstante, encontró indicios similares de crecimiento también en algunos fósiles de ejemplares adultos, cuyo esqueleto, en la mayoría de los animales «modernos», tiende a dejar de desarrollarse una vez alcanzada la madurez.
Vista esquemática de un esqueleto de Allosaurus
El paleontólogo detectó ese fenómeno en fósiles de Allosaurus, un animal con una longitud típica de 10 metros y que llegaba a medir 13 en el momento de su muerte, además de seis muestras de Tyrannosaurus rex. Cuando uno de los asistentes a la reunión preguntó a Horner si alguno de los huesos del legendario dinosaurio contenía ese tipo de capas óseas, el investigador contestó con una sonrisa: «Creo que todos los ejemplares de T. rex encontrados hasta la fecha seguían creciendo en el momento de su muerte».
Horner también afirmó que, más que a los huesos largos, este proceso parece afectar a los que determinan el tamaño que presentaba el dinosaurio en su vejez. Por tanto, un fósil de T. rex no es ni más alto ni más largo tras su muerte, sino un poco más voluminoso.
«Durante años hemos encontrado diferentes formas de esqueletos muy parecidas entre ellas», comenta Kevin Padian, paleontólogo de la Universidad de California en Berkeley, que no ha participado en el estudio. «Algunos investigadores han sugerido que las más robustas pertenecían a los machos y las más gráciles a las hembras. Otros han argumentado que procedían de especies diferentes. Al parecer, solo corresponden a edades distintas».

[Fuente]
http://www.investigacionyciencia.es/noticias/crecer-hasta-la-muerte-11599

Formación del caparazón de las tortugas.

Un estudio reciente apunta que el desarrollo de esta estructura se deriva del esqueleto interno, no de células cutáneas, como otras hipótesis apuntan.

La tortuga es un animal envuelto en el misterio. Cocodrilos y armadillos se blindan con un exoesqueleto de placas óseas, pero la tortuga va un paso más allá y desarrolla un caparazón que se ancla a la caja torácica y la columna vertebral. El caparazón forma, por tanto, parte de su esqueleto interno. No se conoce con claridad el modo en que el embrión de tortuga construye su fortaleza, una rasgo único entre los vertebrados. Sin embargo, dos ideas enfrentadas están intentando explicar este gran rompecabezas evolutivo.
Hasta hace poco, muchos biólogos pensaban que el caparazón de la tortuga se formaba a partir de células cutáneas adyacentes a las costillas, que se transformarían en hueso en el curso del desarrollo. Pero un estudio reciente liderado por investigadores del Centro Riken de Biología del Desarrollo, en Japón, ofrece una nueva visión, según la cual el caparazón tendría su origen en el esqueleto interno del animal. El trabajo se basa en un análisis comparativo de embriones de pollo, cocodrilo y tortugas de caparazón blando (en estas el caparazón se forma como una prolongación de los propios huesos).
Los investigadores siguieron con detalle el desarrollo de las membranas, los tejidos conjuntivos, las capas cutáneas y el tejido óseo en cada etapa del desarrollo embrionario de tortugas de caparazón blando. Estas especies poseen la mayoría de la subestructura ósea del caparazón, pero este se halla cubierto de tejido blando, no de escudos óseos.
Los autores informaron que las costillas de las tortugas se alargan y luego se ensanchan en sus extremos, en forma de cuchara. Sin embargo, el crecimiento de la costilla no alcanza la dermis. En ese momento, una capa externa de hueso llamada periostio envía células óseas para construir las capas externas de la parte dorsal. El trabajo sugiere, por tanto, que el caparazón procede del esqueleto interno, sin contribución de la piel o del exoesqueleto.
Investigadores de otros centros opinan que ambas teorías podrían estar en lo cierto. Mientras en algunas especies de tortuga las células dérmicas que rodean las costillas se osificarían mediante la acción de ciertas proteínas, en otras la formación del caparazón dependería del crecimiento de los huesos. Varios expertos coinciden en que los estudios de otras especies pueden ayudar a aclarar en que difieren las tortugas de caparazón blando de las de caparazón duro y qué aspectos del desarrollo de esa estructura son comunes a todas las tortugas.
[Fuente]

Joe, la cría de Parasaurolophus, crecía a un ritmo de dos metros por año.

Investigadores estadounidenses han podido analizar el fósil de una cría de Parasaurolophus, un dinosaurio que vivió hace más de 75 millones de años. Son los restos más jóvenes y completos de este animal encontrado hasta la fecha y han servido a los científicos para describir por primera vez cómo desarrolló la peculiar estructura ósea de su cabeza.

Los descubrimientos de este grupo de expertos del museo Raymond M. Alf de Paleontología y la Universidad de California, publicados esta semana en la revista PeerJ, “han permitido, por primera vez entender exactamente cómo estos ejemplares desarrollan la cresta, que caracteriza a la especie”, señalo Andrew Farke, uno de los autores del estudio. “Los ejemplares de esta especie herbívora tenían un pequeño bulto de hueso que se transformaba en una cresta cuando se hacían adultos”.
Además, “Parasaurolophus crecía con una rapidez ridícula. El análisis microscópico de sus huesos revela que el animal pasaba de ser tan pequeño como un niño a medir dos metros en menos de un año”, recalca Farke.
Tras años de análisis, los expertos han descubierto que la dirección del crecimiento del cráneo del Parasaurolophus es diferente a la de sus congéneres más cercanos. “Comienza a desarrollar su cresta mucho antes y crece durante más tiempo. Esta alteración le permite tener ese cráneo tan característico”, indica el investigador.
Un pequeño gran hallazgo
Las investigaciones no hubieran sido posibles si Kevin Terris, un estudiante de 17 años, no hubiera encontrado por causalidad el fósil en 2009. El joven paseaba por el Monumento Nacional de Grand Staircase-Escalante, un parque natural del sur de Utah (EE UU) plagado de formaciones geológicas, cuando observó un pequeño saliente en una pared rocosa.
Terris comenzó a escarbar hasta lograr extraer la pieza que resultó ser el cráneo en miniatura de este dinosaurio.
[Fuente]

Thalattoarchon saurophagis.

¿Cuál habría sido el momento más seguro, para darse un chapuzón, en los océanos prehistóricos?
De inmediato deberíamos descartar el Mesozoico. Desde el Triásico hasta el final del Cretácico, hace 66 millones de años, los mares estaba dominados por una sucesiva corte de depredadores, con grandes dientes, algunos que cazaban presas aun más grandes que ellos mismos. Pliosaurios, cocodrilos marinos, y mosasaurios prosperaron en los antiguos mares, cada una radiación más extrañas y más aterradora que lo que había venido antes. Y, hasta donde sabemos, la larga tradición de reptiles marinos macro depredadores, comenzó con un ictiosaurio, hace aproximadamente 245 millones, el que poseía una mandíbula con una doble corrida de dientes.

La paleontóloga Nadia Fröbisch y sus colegas han llamado al depredador Thalattoarchon saurophagis, según se publica en la edición de hoy de PNAS. El fósil del depredador, lo hallo Jim Holstein, mientras buscaba en rocas del Triásico Medio, en Augusta, Nevada en 1997. Después de que el espécimen fue finalmente levantado del sitio en el año 2008, el fósil resultó estar compuesto, por la parte posterior del cráneo, gran parte de la columna vertebral, partes de las caderas, y los elementos de las aletas traseras de un solo animal con una longitud estimada de 8,5 metros. Pero lo que hace ten temible al Thalattoarchon, no es solo su tamaño, sino lo que se encontró al examinar su mandíbula.

Al examinar la boca petrificada de casi cualquier ictiosaurio y encontrarás un montón de simples y puntiagudos dientes conicos,  Esta configuración, es característica de un depredador adaptado a capturar pequeñas y resbalosas presas, como peces y calamares. Los dientes de Thalattoarchon son una excepción a la regla de los ictiosaurios. Median aproximadamente 10 centímetros de alto, con una corona de 5 centímetros, además el diente más grande Thalattoarchon tiene la forma de una cuchilla, se comprime de lado a lado y posee dos superficies de corte. Las superficies afiladas no son acerradas, pero, en forma general, las adaptaciones dentales se asemejan a los dientes de los grandes mosasaurios, pliosaurios, algunos cocodrilos marinos, y un grupo mar tardío de ictiosaurios llamados Himalayasaurus tibetensis.

Desafortunadamente, la parte frontal del cráneo de Thalattoarchon, fue erosionado antes de que el animal se recogiera. Sin embargo, con la parte posterior del cráneo, Fröbisch y colaboradores fueron capaces de determinar que Thalattoarchon tenía grandes ojos grandes (la órbita del animal es alrededor de 30 centímetros de diámetro) y una cabeza que era casi dos veces más grande para su tamaño corporal en comparación con otros ictiosaurios contemporáneos a el.

Otros animales que se encuentran en el mismo estrato, puede ayudar a explicar por qué Thalattoarchon estaba tan bien armado. La cantera donde se descubrió la criatura ha dado múltiples muestras de otros ictiosaurios, sobre todo los Cymbospondylus de tamaño similar, y el Phalarodon mucho menor. Todos estos animales eran descendientes de reptiles terrestres, luego se adaptaron para una vida acuática, parte de una gran invasión de los océanos, que se inició a principios del Triásico.

El nuevo estudio no presenta ninguna prueba directa de la depredación “ictiosaurio por ictiosaurio”, pero, en base a la anatomía del depredador recientemente descrita y la riqueza local de reptiles marinos, Thalattoarchon pudo haber sido un depredador que se adaptó especialmente para cazar otros ictiosaurios. El contenido estomacal, coprolitos y huesos dientes marcados ayudaría a prueba esta hipótesis.

Pero el hecho de que Thalattoarchon haya existido nos dice algo importante sobre la vida de hace 245 millones de años. Un ictiosaurio macrodepredador, no podría haber evolucionado a menos que los niveles inferiores de la escala trófica (Los productores, consumidores de primer orden, y así sucesivamente) ya estaban en el lugar. Especializados carnívoros de segundo orden sólo aparecen cuando las comunidades han alcanzado un determinado nivel de productividad y riqueza, de lo contrario simplemente, el alimento no es lo suficiente abundante para su consumo. Esto nos dice algo acerca de la importancia del tempo que toma la evolución después de un desastre.

Thalattoarchon, aparece en el registro fósil, sólo unos cinco millones de años después de la peor extinción total, que el mundo haya visto. Durante este evento catastrófico (probablemente desencadenada por grandes erupciones volcánicas que alteraron dramáticamente la atmósfera, el clima y los océanos) hasta un 95% de las especies marinas conocidas desaparecieron (La vida en  tierra fieme, también se vio afectada). Para Fröbisch y los coautores del estudio, Thalattoarchon demuestra es que al menos algunos ambientes oceánicos fueron capaces de recuperarse en tan sólo unos pocos millones de años, luego de la extinción en masa. Las especies que fueron lo suficientemente resistente como para sobrevivir a la devastación de finales del Pérmico sentaron  las bases para los siguientes 250 millones de años de evolución.

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