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La función principal de los dientes en forma de sierra del Tyrannosaurus rex, era desgarrar

El Tyrannosaurus rex es conocido por su fama de depredador. Ahora, un estudio de científicos de la Universidad Mississauga (Canadá) ha descubierto que este dinosaurio, y sus compañeros terópodos, tenían una estructura dental única, con forma de sierra, que les permitía desgarrar con facilidad la carne de sus víctimas, incluso de aquellas de mayor tamaño.

La investigación, publicada en la revista Scientific Reports, ha determinado que este tipo de dentadura está ya presente en uno de los primeros ejemplares de la especie, Coelophysis.
Otros animales extintos tenían dientes que eran superficialmente similares, pero esta especie tenía tejidos especiales en el interior del diente, que fortalecía y mejoraba sus funciones. Las estrías profundas que presentaban, les convertían en órganos mucho más eficientes a la hora del masticado de huesos y en el rasgado de la carne de los animales más grandes.

El Tyrannosaurus poseía dientes de sierra. Imagen: Danielle Dufault
Para los expertos, esta ventaja sobre el resto de animales les permitió prosperar durante unos 165 millones años como temibles y supremos depredadores. El único reptil que vive en la actualidad que tiene la misma estructura dental superficial es el dragón de Komodo, originario de Indonesia. Una especie que también se alimenta de animales más grandes que él.
«Los dientes de animales están hechos de los mismos componentes básicos, pero la forma en que los bloques encajan entre sí para formar la estructura del diente afecta en gran medida la forma en que los animales procesa los alimentos«, ha explicado la autora principal del trabajo, Kirstin Brink. A su juicio, «la complejidad oculta de la estructura del diente en terópodos sugiere que eran más eficientes en el manejo de presas de lo que se pensaba, lo que, probablemente, contribuyó a su éxito.«
En el estudio, los expertos también encontraron que la formación única de los tejidos de los dientes de estos dinosaurios se desarrolló en respuesta a que estos carnívoros masticaran materiales duros. Y es que, no se han encontrado ejemplares con dientes rotos porque, a diferencia de los humanos, a los reptiles les crecen de nuevo los dientes durante toda su vida.
Brink y sus colegas utilizaron un microscopio electrónico de barrido (un poderoso microscopio) y un sincrotrón (un microscopio que permite al usuario entender la composición química de una sustancia) para hacer un examen y análisis a fondo de las rodajas de dientes de ocho terópodos carnívoros ocho, entre ellos el T. Rex, Allosaurus, Coelophysis y Gorgosaurus. Las muestras procedían de diversos museos, incluyendo el ROM, el Museo Canadiense de la Naturaleza en Ottawa, y el Museo Royal Tyrrell en Alberta.

Combates de herbívoros en el Pérmico

Los combates entre machos de especies herbívoras a base de cabezazos y colmillos, como las representadas hoy por los ciervos, aparecieron por primera vez hace unos 270 millones de años.
Esto es lo que investigadores del Instituto de Estudios Evolutivos de la Universidad Witts han concluido, tras actualizar y profundizar un estudio de un ancestro de los mamíferos herbívoros, el Tiarajudens eccentricus, descubierto hace cuatro años.
A través de este estudio, investigadores de Brasil y Sudáfrica pueden ahora presentar una descripción minuciosa del cráneo, esqueleto y sustitución dental de esta especie en Brasil. Y saben ahora que hace 270 millones de años, los combates interespecíficos que hoy vemos entre ciervos machos ya tuvieron su precedente entre estos precursores de los mamíferos. El estudio se publica en Open Science.
Cuando se descubrió Tiarajudens eccentricus produjo algunas sorpresas: a pesar de tener dientes caninos sobresaliente y postcaninos ocluidos era un herbívoro.
El descubrimiento de esta especie brasileña permitió un nuevo análisis de la especie sudafricana Anomocephalus africanus descubierta 10 años antes. Las dos especies tienen varias características similares que indican claramente que estaban relacionadas, pero las especies africanas carecían de los colmillos con dientes de sable de su primo brasileño
En el Pérmico Medio, la época en que estas especies vivieron, hace unos 270 millones de años, las primeras comunidades con abundantes terápodos herbívoros fueron evolucionando.
En la actualidad, los caninos de los ciervos se utilizan en los combates entre machos. Los grandes caninos en el T. eccentricus se interpretan como una indicación de su uso de manera similar, y es la evidencia más antigua de machos herbívoros que usaron sus caninos durante peleas con sus rivales.
En otro grupo de parientes mamíferos fósiles, los dinocefalianos, que vivieron al mismo tiempo que los anomodontes, algunos de los huesos estaban en sus frentes engrosados masivamente.

Esto se puede interpretar como que estaba siendo usado en combates a cabezazos, un comportamiento moderno mostrado por varias especies de ciervos en la actualidad.

Vegasaurus molyi, nueva especie de plesiosaurio descubierta en la Antártica

Vivió hace aprox. 70 millones de años y alcanzó los 6,7 metros de longitud. Sus restos se encontraron en la Isla Vega y tras arduas tareas de rescate, a cargo del Instituto Antártico Argentino y un equipo del Museo de La Plata, se obtuvo su esqueleto casi completo.
El paleontólogo José Patricio O’Gorman, autor principal del estudio publicado en la revista científica Journal of Vertebrate Paleontology, comentó a la Agencia CTyS que “si bien los plesiosaurios abundaban en los ambientes marinos en la época de los dinosaurios, el Vegasaurus molyi es la primera especie identificada en la Antártida cuyo esqueleto está casi completo y en muy buen estado de conservación”.

Prácticamente, lo único que faltó encontrar fue su cráneo. “Este ejemplar nos permitió establecer las relaciones de parentesco entre el Vegasaurus y otros plesiosaurios que habitaron en Antártida, Patagonia y Nueva Zelanda hacia fines del Cretácico”, destacó el investigador del Museo de La Plata (MLP) y el CONICET.
Se recuperaron costillas de este espécimen, más de 100 vertebras, la cintura escapular, la cintura pélvica, sus miembros y el cuello completo. “En total, estimamos que el ejemplar alcanzó los 6,7 metros, pero la vértebra cervical que estaba en contacto con la cabeza no era mucho más grandes que la de un humano, de apenas 2 o 3 centímetros de largo, por lo cual, su cráneo era de pequeño tamaño y no podía ingerir animales muy grandes, más allá de que posiblemente era un predador activo”, contó O´Gorman.
La extracción de este ejemplar representó una gran dificultad e implicó décadas de trabajo. De hecho, un equipo de geólogos encabezado por Eduardo Olivero avistó una de sus aletas anteriores en el año 1989 y, recién en el año 1993, se pudo realizar la primera campaña paleontológica de rescate. Luego, en 1999, se continuó con la expedición, que recién pudo ser finalizada en el 2005. Desde entonces, comenzó el estudio de los fósiles hasta la reciente publicación que demuestra que se trata de una nueva especie.
El doctor Marcelo Reguero, encargado de las colecciones del MLP, estuvo presente en las tres campañas y explicó que “para llegar a la Isla Vega se precisa de un helicóptero y una logística compleja, por lo que fuimos a rescatar este ejemplar las veces que nos fue posible y, cuando no, continuamos con las investigaciones en otros sitios de la Antártida”.
Las tareas de rescate y el tendón de Moly
Nunca antes se había realizado campañas paleontológicas en la Isla Vega y, en el año 1993, los paleontólogos Marcelo Reguero y Juan José Moly, junto a dos geólogas, fueron hasta allí para rescatar a este plesiosaurio.
“El principal obstáculo que teníamos para realizar la excavación es que este animal estaba ubicado el permafrost, que es un suelo congelado, y en un momento probamos de ayudarnos con un secador de pelo, pero no funcionó”, recordó Moly.
“Acampamos allí casi dos meses en 1993 y fue un trabajo con mucha dificultad, por el clima, porque tuvimos que excavar, a pico y pala nada más, y hacer un terraplén, porque los restos estaban incrustados en un cerro”, relató Reguero. Y agregó: “Además, por ahí excavábamos durante dos o tres días y una tormenta cubría y congelaba todo nuevamente”.
El nombre Vegasaurus molyi, alude a la isla en que fue hallado, pero también al hombre que puso más empeño para rescatarlo. Así lo cuenta Marcelo Reguero: “Juan José Moly puso muchísima dedicación para extraer este animal y, desde esa campaña de 1993, arrastra una tendinitis crónica, porque tenía el brazo lesionado y siguió trabajando; es como que llegó a tener una obsesión, que también se notó en la campaña de 2005, cuando estuvo todo el tiempo con el martillo picador”.
Aun con todas las adversidades que debieron afrontar, en esa primera campaña se desenterró casi el 65 por ciento del total del animal. Recién en 2005 se extrajo el último fósil preservado. “Excavamos hasta que llegamos a la pieza sobre la cual debería estar apoyada la cabeza, que lamentablemente no estaba”, contó Moly. Y detalló: “El cuerpo estaba como de costado y en una posición de U, con la cola y el cuello incrustados hacia el interior del cerro”.
Posibles causas de su extraordinaria conservación
Hoy, la Antártida alcanza temperaturas muy bajas, de -15 C° en las noches de verano, pero, a fines del Cretácico, poco antes de la extinción de los dinosaurios, el clima era muy diferente: en la península antártica había bosques, un clima templado y se estima que este plesiosaurio quedó cubierto rápidamente en un ambiente marino, lo cual ayudó a su preservación y a que los animales carroñeros no llegaran a desmembrar su cuerpo.
No obstante, antes de que el cadáver fuera sepultado por sedimentos, hubo animales que comenzaron a depredarlo y, quizás, alguno de ellos arrastró su cabeza. “Entre sus vértebras, se encontró una docena de nautiloides, que son moluscos carnívoros, y también una vértebra de tiburón clavada en una de sus vértebras”, precisó Reguero.
También es posible imaginar que la mordida de tiburón haya sido mientras este Vegasaurusvivía. “Una de las hipótesis es que los plesiosaurios acostumbraban a flotar, cerca de la superficie y, desde abajo, un tiburón lo podría haber atacado”, sopesó Moly. Y bromeó: “No sé si fue el causante de su muerte, pero que lo quiso comer, seguro”.


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Wendiceratops pinhornensis, nuevo dinosaurio con cuernos

Científicos del Museo Real de Ontario (Canadá) y el Museo de Historia Natural de Cleveland (EE UU) han descubierto una nueva especie de dinosaurio con cuernos, Wendiceratops pinhornensis, en un yacimiento del sur de Alberta en Canadá. El hallazgo podría representar la primera aparición documentada de un cuerno en la nariz como ya se ha encontrado en otros ceratópsidos como los Triceratops y arroja luz sobre la evolución de las protuberancias en esta familia de dinosaurios.

Reconstrucción de Wendiceratops pinhornensis por Danielle Dufault
Un equipo científico describe en el último número de la de la revista PLoS ONE un nuevo dinosaurio, denominado Wendiceratops pinhornensis, a partir de más de 200 huesos que representan los restos de, al menos, cuatro individuos (tres adultos y un juvenil) hallados en el sur de Alberta, Canadá.
Según los autores, pertenecientes a grupos de investigación del Museo Real de Ontario (Canadá) y el Museo de Historia Natural de Cleveland (EE UU), Wendiceratopstenía aproximadamente 6 metros de largo y pesaba más de una tonelada. Vivió hace aproximadamente 79 millones de años, por lo que es uno de los miembros más antiguos de la familia de grandes dinosaurios con cuernos, que incluye al famoso ceratópsido Triceratops.
«Wendiceratops nos ayuda a comprender la evolución temprana de la ornamentación de los cráneos en un grupo icónico de dinosaurios que se caracterizan por sus rostros con cuernos«, declara David Evans, coautor del estudio e investigador en el Museo Real de Ontario (Canadá).
Una serie de cuernos en forma de gancho curvados hacia delante adornaban su gola craneal, como una especie de armadura que se proyectaba desde la parte posterior del cráneo de Wendiceratop. Asimismo, el hueso nasal, aunque aparece en piezas fragmentadas, probablemente apoyaba un prominente cuerno en posición vertical.
El dinosaurio con los cuernos más llamativos
Para los científicos, esto podría representar la primera aparición documentada de un cuerno en la nariz como la de los demás ceratópsidos y arrojar luz sobre la evolución de estas protuberancias en la familia de los dinosaurios con cuernos.
«La gran gola ósea de Wendiceratops estaba rodeada por numerosos cuernos rizados, la nariz tenía un cuerno grande y recto, y probablemente también tenía cuernos sobre los ojos. El número de cuernos retorcidos en la gola craneal lo convierte en uno de los dinosaurios con cuernos más llamativos que se ha encontrado”, asegura Evans.
El nombre de esta nueva especie significa «cuernos cara de Wendy«, en honor a Alberta Wendy Sloboda, una joven aficionada a los fósiles y quien  descubrió el yacimiento en 2010.
Este descubrimiento se suma a un creciente cuerpo de investigación que sugiere la alta diversidad que tenían los ceratópsidos, probablemente asociada con una radiación evolutiva rápida del grupo.
Referencia
  • Evans DC, Ryan MJ (2015) “Cranial Anatomy of Wendiceratops pinhornensis gen. et sp. nov., a Centrosaurine Ceratopsid (Dinosauria: Ornithischia) from the Oldman Formation (Campanian), Alberta, Canada, and the Evolution of Ceratopsid Nasal Ornamentation”. PLoS ONE 10(7): e0130007. doi:10.1371/journal.pone.0130007.

¿Qué nos dice el análisis del cerebro del Victoriapithecus sobre la evolución del cerebro de los primates?

El Victoriapithecus, fue noticia en 1997 cuando su cráneo fosilizado fue descubierto en una isla en el lago Victoria en Kenia, donde vivió hace 15 millones de años. Ahora un estudio sobre su cerebro, apoya la hipótesis de que la complejidad del cerebro puede evolucionar antes que el tamaño entre los primates.
Gracias a las imágenes de rayos X de alta resolución, los investigadores se han asomado en el interior de su cavidad craneana y han creado un modelo informático tridimensional de cómo pudo ser el cerebro del animal.
La técnica revela un pequeño cerebro en relación a su cuerpo. Los co-autores Fred Spoor, del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva y Lauren Gonzales, de la Universidad de Duke, calculan su volumen cerebral en unos 36 centímetros cúbicos, que es menos de la mitad del volumen de los monos de similar tamaño hoy en día.
Si los monos de tamaño similar tienen cerebros del tamaño de naranjas, el cerebro de este macho en particular era más parecido a una ciruela. Pero a pesar de sus proporciones insignificantes, el cerebro del animal era sorprendentemente complejo.
Las tomografías computarizadas revelaron numerosas arrugas y pliegues distintivos, y el bulbo olfatorio – la parte del cerebro que se utiliza para percibir y analizar olores – era tres veces más grande de lo esperado.
«Probablemente tenía un mejor sentido del olfato que muchos monos y simios que viven hoy«, dijo Gonzales. «En los primates superiores modernos se produce todo lo contrario: el cerebro es muy grande, y el bulbo olfativo es muy pequeño, presumiblemente debido a que su visión mejoró y su sentido del olfato empeoró«.
«Pero en lugar de un compromiso entre el olfato y la vista, Victoriapithecuspodría haber retenido ambas capacidades», dijo Gonzales. Los resultados, publicados en la edición del 3 de julio de Nature Communications, son importantes porque ofrecen nuevas pistas sobre cómo los cerebros de primates cambiaron con el tiempo, y durante un período a partir del cual hay muy pocos fósiles.

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Desarrollo de los colmillos del Smilodon fatalis

Un grupo de científicos se dio a la tarea de obtener mayor información sobre los temidos dientes utilizando una nueva técnica que combina el análisis isotópico con imágenes de rayos X, con la que escanearon cráneos de «dientes de sable» de una gran colección de fósiles.
Los resultados, publicados este miércoles en la revista científica PLoS ONE, muestran que los colmillos del Smilodon fatalis, crecían a un ritmo de seis milímetros por mes, casi el doble de rápido que los caninos de un león africano y de las uñas humanas.
Fuente PlosOne

Revelaron además que los caninos de estos felinos habían crecido totalmente cuando llegaban a los tres años de edad, lo que significa que estaban listos para cazar con la manada desde temprana edad.
Los investigadores también llevaron a cabo el escaneo de otros restos que formaban parte de la estructura ósea de los Smilodon y encontraron que para poder inmovilizar a sus presas, tenían un humero mucho más largo y rígido que otras especies de dientes de sable.
Los fósiles estudiados pertenecen al museo de La Brea Tar Pits, en Los Ángeles, California, que resultó ser unos de los más prolíficos depósitos de restos de especies que vivieron durante la Edad de Hielo en el mundo.


Los dientes caninos de los temibles felinos conocidos como «dientes de sable», del género Smilodon fatalis, que vivieron en América hace entre 700 mil años y 11 mil años, crecían al doble del ritmo en que lo hacen las uñas humanas.
Esas piezas dentales sobresalían hasta 18 centímetros de la mandíbula superior y con ellas los félidos podían destrozar cualquier animal que se cruzara en su camino, incluso mamuts, lo que le hacía un gran y temido depredador.
Al mismo tiempo, los alargados colmillos eran más vulnerables a fracturas por lo que les era imprescindible que inmovilizaran a sus presas con las patas delanteras.

Ilustración de Mauricio Antón del libro Sabertooth (2013)
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Reconstrucción digital del cráneo de los Ictiosaurios del Jurásico

Durante gran parte del tiempo en que los dinosaurios tuvieron el señorío sobre la tierra, elegantes reptiles marinos llamados ictiosaurios eran los amos del mar.
Depredadores parecidos a delfines tenían enormes ojos para la caza y crecieron hasta 20 metros. Pero los paleontólogos durante mucho tiempo han estado desconcertados por su estructura cerebral, porque la mayoría de los especímenes fósiles han sido aplanados por sedimentos marinos.
Los ictiosaurios eran un grupo de reptiles marinos estrechamente relacionados con los plesiosaurios y pliosaurios, todos los cuales se encuentran en diversas costas británicas sobre una base semi-regular. Ellos se asemejan superficialmente a los delfines, sin embargo los ictiosaurios tienen ojos mucho más grandes, que utilizaban para ver al bucear a profundidades de hasta 600 metros, y más largos y delgados hocicos.
En el 1800 una rara excepción descubierta al sur del Canal de Inglaterra cerca de Bristol fue un espectacular bien conservado ictiosaurio de 180 millones de años de edad, de nombre Hauffiopteryx.
Ahora, utilizando la tomografía computarizada (TC), los investigadores han creado una reconstrucción digital 3D del cráneo del Hauffiopteryx, haciendo una «imagen fantasma» de su cerebro conocida como endomolde digital (arriba).
El equipo, que publicó sus resultados en línea a principios de este mes en Palaeontology, encontró que los lóbulos ópticos del cerebro eran particularmente grandes; también están presentes el cerebelo, que controla las funciones motoras, y la región olfativa, donde se procesan los olores.
Un co-autor el profesor Mike Benton dijo: «Estos resultados confirman tanto las hipótesis anteriores sobre la biología sensorial del ictiosaurio y también ofrecen nuevas pistas sobre cómo estos reptiles marinos interactúan con sus entornos – quizá las criaturas se basaron más en su sentido del olfato de lo que se pensaba anteriormente«.
No sólo el estudio abre nuevos caminos en la anatomía del cerebro del ictiosaurio, sino que también proporciona a los científicos más información sobre otros aspectos de la anatomía del cráneo del ictiosaurio, previamente difíciles de estudiar debido a la naturaleza plana de muchos fósiles de cráneo de ictiosaurios.
En conjunto el equipo concluye que estas características muestran que los ictiosaurios eran depredadores de gran movilidad con un agudo sentido de la vista y el olfato.


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Pappochelys, el origen de las tortugas

Escribir la historia evolutiva de las tortugas no ha sido tarea fácil debido a la escasez de fósiles que existe entre los reptiles primitivos sin caparazón y las tortugas modernas. Ahora, un equipo internacional de científicos ha descubierto un nuevo ejemplar en el lago Vellberg (Alemania), de 240 millones de años de antigüedad, que haría de puente entre los ancestros y los miembros actuales de estos reptiles. Pappochelys (“abuelo” y “tortuga” en griego) es el nombre que le han dado.

Reconstrucción del cuerpo de Pappochelys. / Rainer Schoch

Durante mucho tiempo, el origen y la evolución temprana de las tortugas ha sido uno de los temas de la zoología que ha generado mayor polémica. La falta de fósiles que permitieran explicar la transición desde los ejemplares primitivos hasta los actuales, junto con la diversidad de opiniones entre paleontólogos y expertos en evolución molecular contribuía a alimentar la controversia.
Estas diferencias se solventan con el estudio publicado hoy en Nature en el que se presentan los fósiles de Pappochelys, una tortuga primitiva encontrada en el lago Vellberg (Alemania) de 20 cm de largo y que data de hace unos 240 millones de años, del Triásico medio.
Pappochelys no tenía caparazón pero, en su lugar, contaba con costillas anchas, características de criaturas del linaje de las primeras tortugas, y una serie de huesos a lo largo de su vientre. Sin embargo, entre sus características físicas, la clave se encuentra en la presencia de diápsidas (pequeñas aberturas que se encuentran detrás de la cuenca de cada ojo) en su cráneo.
Las tortugas de hoy en día no tienen tales aberturas por lo que algunos paleontólogos pensaban que estas se habían desarrollado a partir de los arcosaurios (dinosaurios y aves)”, explica a Sinc Hans-Dieter Sues, investigador en el Museo de Historia Natural de Washington (EE UU) y coautor del estudio.
De este modo, “las diápsidas dan la razón a la hipótesis de los evolucionistas moleculares que sostenían que estos reptiles procedían de la familia de los lepidosaurios (lagartos y serpientes) que actualmente presentan estos orificios”.
Un puente en la evolución de las tortugas
El hallazgo de los fósiles permite además crear un vínculo entre los ancestros más primitivos y los ejemplares de tortugas actuales. “Durante años no tuvimos una serie fósil cronológicamente completa de los ancestros de las tortugas”, explica el investigador alemán.
Los restos de tortugas que disponíamos eran del Triásico tardío como Proganochelys y Proterochersis, también procedentes de Alemania, que ya habían desarrollado completamente sus caparazones”, añade el experto.
Según el estudio, a diferencia de estos, Pappochelys presentaba una ampliación en la zona del vientre para permitir una mayor ampliación en la zona de las costillas, al no haber desarrollado caparazón.
Esqueleto del cuerpo de Pappochelys visto desde el lateral. / Rainer Schoch
El origen del caparazón
En este sentido, el científico comenta que “este tronco grueso permitió que los huesos y los nervios se fusionaran entre sí, que es lo que muchos embriólogos sostienen como el origen del desarrollo del caparazón de las tortugas”.
Los fósiles de Pappochelys se encontraron en los alrededores de un lago, lo que indica que las primeras tortugas habitaban zonas húmedas. “Es probable que este animal viviera una gran parte de su vida en un lago de agua dulce junto a una rica fauna de peces, anfibios y pequeños reptiles», apunta a Sinc Sues.
Para los investigadores, el esqueleto de este nuevo ejemplar lo convierte en el intermediario perfecto entre el Eunotosaurus, la tortuga más antigua conocida hasta ahora, de 260 millones de años de antigüedad, y las tortugas posteriores.  
Referencia
  • Rainer R. Schoch & Hans-Dieter Sues. “A Middle Triassic stem-turtle and the evolution of the turtle body plan”. Nature. Doi: 10.1038/nature14472. 24 de junio de 2015.

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Saurornitholestes sullivani, un nuevo raptor con superolfato

Saurornitholestes sullivani es el nombre de esta nueva especie de dinosaurio con una apariencia similar al Velociraptor, pero que contaba con un sentido del olfato más desarrollado, lo que lo convertía en un cazador excepcional.


El descubrimiento del Saurornitholestes sullivani, difundido por un grupo de investigadores de la Universidad de Pennsylvania, sería uno de los más importantes en el ramo a fechas recientes, aunque curiosamente fue producto de un descuido cometido hace 16 años.
Steven Jasinski, estudiante de doctorado y curador del Museo Estatal de Pennsylvania, fue el encargado de dar con esta nueva especie al analizar un fósil de 75 millones de años de antigüedad, excavado en 1999 por el paleontólogo Robert Sullivan, quien en su momento clasificó erróneamente su descubrimiento, al considerarlo como parte de los huesos de una clase ya existente. Por fortuna Jasinski tuvo el acierto de estudiar a mayor detalle los restos, para percatarse de que en realidad se trataba de una especie completamente nueva, con muchas características similares a otros raptores, pero con una estructura olfatoria mucho más elaborada.

 

El estudio, publicado en la más reciente edición del New Mexico Museum of Natural History and Science Bulletin, según reporta el Daily Mail, analiza a profundidad las cualidades del cráneo del Saurornitholestes sullivani, cuyo bulbo olfatorio posee unas dimensiones más grandes de lo normal, lo que implicaría un sentido del olfato mucho más agudo que el del Velociraptor y sus demás parientes.

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