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Wallace y Darwin: un pacto por la Evolución

El aniversario de la teoría de la evolución suele celebrarse el 24 de noviembre, día en el que Darwin publicó su libro “El origen de las especies” (1859). Sin embargo, esta visión de la historia obvia una fecha aún más importante para entender cómo se gestó la teoría de la evolución. El 1 de julio de 1858, en la Sociedad Linneana de Londres se presentó un resumen de una teoría de la selección natural; sus autores eran Charles Darwin y Alfred Russel Wallace, y con ella explicaban la evolución de las especies. Ese día nacieron la biología y el evolucionismo modernos.
La evolución no fue una ocurrencia genial y solitaria de Darwin. La idea llevaba casi un siglo flotando en el ambiente científico. Linneo, Lamark, Erasmus Darwin (abuelo de Charles) y otros grandes científicos habían teorizado acerca de lo que por entonces se llamaba transmutación de las especies. Pero la sociedad victoriana rechazaba esa y otras ideas revolucionarias, que sugerían explicaciones no teológicas para la disposición de los continentes, la naturaleza del intelecto humano o los orígenes mismos de la vida.
Retrato de Charles Darwin (alrededor de 1859). Crédito: Maull and Fox
A la conclusión de su célebre viaje en el Beagle, en octubre de 1836, el joven Charles Darwin (1809-1882) fue acogido por esa élite científica victoriana. Por aquel entonces ya tenía bastante clara su teoría de la evolución, y sabía las ampollas que levantaría. Ese temor fue una de las claves que retrasó la publicación de la teoría. Tuvieron que pasar más de 20 años hasta que en junio de 1858, un Darwin ya en la madurez recibió una carta de Alfred Russel Wallace (1823-1913). Aquel joven, que estaba en medio de una expedición naturalista en el archipiélago malayo, había llegado de manera independiente a la misma conclusión: la selección natural como mecanismo que determina la adaptación y especiación de los seres vivos, al margen de la influencia divina. Un Wallace, humilde y casi ingenuo escribió a Darwin entonces para que le diera su opinión y, si lo veía pertinente, enviara el resumen de sus ideas al eminente geólogo Charles Lyell.
Darwin, hasta entonces reticente a publicar su teoría, se decidió a hacerlo. Así, él y su círculo de científicos allegados organizaron un documento conjunto para ser leído en la siguiente reunión de la Sociedad Linneana, aunque ninguno de los dos pudo asistir. Wallace estaba todavía en Malasia y Darwin estaba de luto, por la muerte de su hijo de 19 meses de edad tan solo tres días antes.}
Retrato de Alfred Russel Wallace (alrededor de 1863). Crédito: National Portrait Gallery
Aquél día marca un antes y un después en la historia de la biología. Pero el artículo conjunto de Darwin y Wallace no causó una sensación inmediata. El propio Wallace se enteró de ello mucho después, cuando “El origen de las especies” ya había sido publicado y se había desatado el esperado escándalo. Pero lejos de considerar que el más famoso y veterano naturalista se había apropiado de su idea, Wallace fue uno de los grandes defensores de las ideas de Darwin. Tanto es así que en los años 1930, cuando resurgieron las ideas de la evolución con la fuerza que hoy poseen, “Darwinismo” (1889) escrito por el propio Wallace era la versión más reciente y completa escrita sobre el evolucionismo y el título de referencia.
Las circunstancias de la época y la idiosincrasia personal de cada uno hicieron que Darwin pasara a la historia por la puerta grande y que, en cambio, el nombre de Alfred Russel Wallace no figure en los libros de primaria, ni en placas en calles, parques y plazas. No, por lo menos, hasta el día de hoy.
Es archiconocido cómo Charles Darwin intuyó la idea de la selección natural tras examinar las diferentes especies de pinzones de las islas Galápagos, recogidos en una escala del viaje del Beagle. Reivindicamos aquí a Wallace, contando cómo llegó por su cuenta a la misma idea:
Con la excusa de la recolección de especímenes para los coleccionistas de Inglaterra, Wallace pasó 8 años en lo que sería uno de los mayores viajes de descubrimiento del siglo XIX. Primero dio cuenta de las extrañas subespecies de origen asiático de las islas más occidentales del archipiélago malayo; luego, de su ausencia en las islas orientales, donde sin embargo aparecen extrañas especies de origen australiano. Intuyó así dos familias de animales pertenecientes a dos continentes bien diferenciados separados por fosas marinas (la llamada línea de Wallace) que, de hecho estuvieron en su día unidos a lo que ahora son cientos de islas aisladas. Intuyó también que este aislamiento había diferenciado a las especies. Y además, ante la inmensa cantidad de estas catalogadas, observó una continuidad entre todas ellas, un parentesco. Dedujo así no solo una teoría de la evolución, sino los mecanismos y efectos que la rigen y, lo que es más, la enmarcó dentro de una nueva manera de entender la geografía: Wallace es el padre de la biogeografía. Y eso nadie se lo disputa.
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“Se discute la teoría de la evolución por ignorancia”, entrevista a Francisco José Ayala

Licenciado en Teología y en Física, tras colgar el hábito se marchó en 1961 a Estados Unidos para estudiar con Theodosius Dobzhansky, uno de los genetistas más relevantes de la época y del que fue íntimo amigo (“murió en mi coche, camino del hospital”). Hoy, Francisco José Ayala dirige el departamento de Biología Evolutiva de la Universidad de California (Irvine). Y sus contribuciones han sido clave, entre otras cosas, para entender el llamado reloj molecular, el mecanismo biológico que permite comprobar lo alejadas que están dos especies.
Usted cursó el bachillerato en el Madrid de los años cuarenta, en el colegio de los escolapios, y decidió estudiar Teología con los dominicos en Salamanca. ¿Cómo se llega desde ahí hasta la Física? En realidad no llego de una a otra, las hice al mismo tiempo. Tenía interés en la religión, así que entré en los dominicos, en Salamanca, pero al mismo tiempo estaba matriculado por libre en Físicas en la Complutense.
Pero terminó como biólogo. Entonces ocurrió una cosa interesante y decisiva en mi vida: en primero de carrera tenía una asignatura de Biología y había que hacer prácticas. Encontré en Salamanca a un profesor de Genética, Fernando Galán, que estaba dispuesto a que yo hiciera las prácticas en su laboratorio. Y allí, investigando con la Drosophila [la mosca del vinagre], me aficioné a la genética. También por entonces leí a Teilhard de Chardin, con lo que me interesé en la evolución, aunque hoy creo que aquello, más que ciencia, era poesía, literatura.
Y entonces abandonó la orden. Sí, lo había decidido antes, pero me convencieron para que terminara la licenciatura en Teología, me ordenara sacerdote y luego ya veríamos. Supongo que pensaban que me quedaría, pero, tras licenciarme y ordenarme, me fui. Había decidido que quería hacer un doctorado en Biología.
¿Es impertinente preguntar si cree o no en Dios? No, no lo es, pero no respondo nunca. Si dijera que sí, algunos dirían: “Claro, por eso dice lo que dice”. Si respondo que no, lo mismo, así que prefiero no responder.
¿Cómo llegó a estudiar con Theodosius Dobzhansky, el genetista más influyente del mundo en ese momento? Gracias a Fernando Galán, el profesor que me había dejado hacer experimentos en su laboratorio, y a su maestro, Antonio de Zulueta, que me convencieron de que saliera de España para hacer el doctorado. Zulueta, el genetista más importante de España en los años treinta, había estudiado en California con Thomas H. Morgan, que era entonces el más reconocido del mundo, y en su laboratorio había coincidido con Dobzhansky y se habían hecho amigos. Zulueta le escribió para que me aceptara como estudiante de doctorado y aceptó incluso antes de saber el tema. Se fiaba mucho de Zulueta. Así llegué a Estados Unidos en 1961.
¿Fue ya con la idea de quedarse o de volver? Yo tenía intención de hacer el doctorado y volver, pero Dobzhansky me ofreció, al terminar el doctorado en la Universidad de Columbia, en 1964, que me fuera con él a la Universidad Rockefeller, donde acababan de darle un puesto. La Universidad Rockefeller tenía entonces 250 profesores, entre ellos 12 premios Nobel, y 50 alumnos. No era comparable con España, era de una distinción fabulosa. Primero me ofrecieron un contrato como posdoctoral y luego me buscaron una plaza de profesor ayudante.
Y de ahí marchó a la Universidad Davis, en California. Sí, en 1970. Para entonces ya me había casado, tenía un hijo y esperábamos otro, y buscamos un sitio mejor para educarlos, porque en aquella parte de Nueva York –yo vivía en la calle 59, junto a Central Park– no había colegios adecuados. Entonces me ofrecieron, sin pedirlo –en eso he tenido mucha suerte, siempre me han llegado las cosas sin buscarlas–, un laboratorio en Davis, donde estaban montando un gran centro de genética de poblaciones, algo que me interesaba mucho. Davis era el sitio ideal para vivir con los niños, así que nos trasladamos. Era una ciudad muy aburrida, lo sigue siendo; teníamos que ir a San Francisco para ir a cenar a un buen restaurante o a la ópera.
Y allí también se fue con Dobzhansky. Justo entonces Dobzhansky se jubilaba, porque era obligatorio hacerlo a los 70, afortunadamente ya no, así que dije que muy bien, que iba, pero que llevaba de adjunto a Dobzhansky, de quien para entonces era muy amigo. Nunca me ha querido nadie en el mundo tanto como allí cuando dije eso, que llevaba a la persona más distinguida en el campo de genética de la evolución. Cinco años después Dobzhansky murió en mi coche, mientras le llevaba al hospital tras un ataque al corazón.
Además de investigar y publicar mucho, usted ha formado parte de muchos comités, incluso ha presidido la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, la unión de científicos más importante del mundo.También empecé en eso con Dobzhansky, que odiaba la burocracia y los papeles, mientras que a mí también me ha interesado la administración de la investigación. Relativamente joven, a los cuarenta y pocos, me eligieron para formar parte de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, cuando allí no había muchos expertos en evolución. Cuando los chicos ya se fueron a otras universidades, nos mudamos a la de Irvine, en California, donde sigo en la actualidad, porque me atraía la gestión y la idea de crear un departamento desde cero.
Desde la Academia de Ciencias participó en el comienzo del Proyecto Genoma Humano. Más o menos entonces me habían elegido miembro de la Academia Nacional de Ciencias, con unos 45 años, muy joven para lo habitual, probablemente porque no había muchos evolucionistas. Yo empecé a desempeñar un papel importante al ser el director de la sección de Biología. La Academia hace muchos informes por encargo del Gobierno, de quien es asesor desde los tiempos en que se creó, con Lincoln. Cada año se publican entre 150 y 200 estudios, y son de todo tipo. Una de las cosas que se plantearon fue secuenciar el genoma, pero no sabíamos cómo hacerlo. A mediados de los ochenta empezó a haber métodos de secuenciación y se pensó en hacerlo, y se preguntó a la Academia si se debía hacer, y nuestro comité dijo que sí, que se hiciera. Se calculó que se tardarían 15 años y que costaría unos 3.000 millones de dólares. Luego se terminó dos años antes y con menor coste.
¿Hubo exceso de optimismo con el proyecto pensando que serviría para curar todo? Sí, cierta ingenuidad. Se decía que, al tener el genoma secuenciado, sabríamos lo que somos. Yo ya lo criticaba, la persona es más que eso. Hemos aprendido algunos párrafos aquí o allí, alguna palabra. Tenemos 500 volúmenes del tamaño del Quijote, pero no entendemos el idioma aunque conozcamos las letras.
De hecho se anunció con gran bombo que se había descifrado y no sabíamos cuántos genes había. Y no lo sabemos todavía.
¿No hubo un exceso de operación de relaciones públicas, lo que generó demasiadas expectativas? Sí, lo hubo, y en cierto sentido no es malo, permite generar fondos y puestos de investigación. Y quizá en ciertos niveles sí se generaron esas expectativas excesivas, pero se cumplieron en otros.
El premio Nobel James Watson, quien junto a Crick propuso en 1953 la estructura de doble hélice para la molécula del ADN, alentaba esas expectativas. Yo escribí también entonces contra Watson y otros optimistas, aunque tenían menos imagen pública. Lo que pasó como resultado de la investigación del genoma, que ni yo ni nadie anticipamos, es que contribuyó a generar unas tecnologías que ahora nos permiten manipular el ADN y hacer muchas otras cosas. Hoy día podemos secuenciar el genoma de un individuo en una semana por unos 10.000 dólares.
¿Tiene alguna utilidad esa secuenciación? Creo que se hace mayoritariamente por vanidad, por decir “tengo mi genoma secuenciado”. A veces sí es útil para buscar algún defecto hereditario serio, pero para eso no hace falta secuenciar todo el genoma, solo la zona en la que se sabe que estarían esos genes.
¿Cómo van los avances en terapia? La terapia es otra cosa, pero para algunas enfermedades ya hay, como para la corea de Huntington [una enfermedad neurológica grave], que no se manifiesta hasta los 40 o 45 años, pero que se puede conocer y tratar de antemano. Otras enfermedades, como la fenilcetonuria, también se tratan bien, aunque con terapias convencionales. Y hay un caso interesante, la anemia falciforme, que afecta a los glóbulos rojos y puede ser letal si la tienen los dos progenitores y se hereda de ambos, pero que protege contra la malaria si se tiene solo uno de los genes. Se puede tratar extrayendo células madre de la espina dorsal e introduciendo en ellas el gen sano con la tecnología que ahora tenemos y reimplantándolas en el individuo. Conseguimos éxito en suficientes células como para que muchos glóbulos rojos sean normales y el individuo pueda sobrevivir.
¿Y la curación en células germinales? Eso sería lo ideal, corregir el problema en las células germinales, en los óvulos y en el esperma. Si se corrige ahí, lo engendrado no tiene el defecto, pero no tenemos la técnica todavía. Se tendrá en 4, 10, 20 años…, no se sabe cuándo, pero llegará.
Desde hace bastante, la evolución es una teoría más allá de toda duda. ¿Por qué sigue siendo tan discutida? Por prejuicios e ignorancia. Hay estadísticas chocantes que dicen que si se coge a un grupo de una iglesia y se les pregunta si aceptan la evolución, el 70% u 80% dicen que no; y si se hace la prueba de decirles que hay evidencia científica contundente de que es un hecho, todavía un 50% responde que no, porque creen que va contra su fe religiosa. Y no tiene por qué ir.
¿Fue una cura de humildad saber que solo tenemos 20.000 genes, poco más del doble que un gusano? Eso fue una sorpresa para mucha gente. Primero se pensó que teníamos millones de genes; luego, que unos 50.000, y ahora se cree que unos 20.000. Sabemos que hay parte de genoma que desempeña un papel en la herencia aunque no esté codificando proteínas. Si se quiere llamar humildad, puede ser. Ahora entendemos que es más complejo de lo que se pensaba.
¿Qué nos falta por saber? Más de lo que nos faltaba hace 50 años. El conocimiento científico es como una isla y ahí está todo lo que sabemos. El océano es lo que no sabemos; y no podemos preguntarle al océano, solo podemos investigar en la orilla, en los bordes de la isla. Si aumenta el perímetro de la isla, aumenta el conocimiento, pero también lo que no sabemos. Podemos hacer más preguntas, así que hay más cosas que no sabemos.
Usted atribuye un papel importante en la evolución humana de la inteligencia a la ovulación críptica, es decir, a que no sea evidente cuándo las mujeres son fértiles. ¿Por qué? Creo que la formación de sociedades complejas se debe, a mi juicio, además de a otros factores, a la ovulación críptica. Cuando una chimpancé o una gorila tienen el estro, los órganos genitales se hinchan y adquieren un color vivo, anuncia “soy fértil”. Entonces el macho se aparea y luego se va a buscar a otra hembra, porque es lo mejor desde el punto de vista evolutivo. Si no se sabe cuándo se produce la ovulación, eso da lugar a la familia nuclear, en la que el macho se queda porque no está seguro de haber fertilizado con sus genes a la hembra, y es el origen de la vida social. Estructuras sociales más y más complejas que requieren también más inteligencia.
¿Qué opina de las teorías del primatólogo Frans de Waal y otros sobre la moralidad como una característica biológica anterior y común en los primates? De Waal no se cree mucho de lo que dice, me parece. Sus experimentos no están bien hechos, y otros experimentos parecidos han dado otros resultados. No hay moral animal, porque para que haya moral, uno tiene que anticipar las consecuencias de los actos. Ser moral es juzgar una acción como buena o mala, y eso solo se puede hacer en función de las consecuencias. Apretar el gatillo es una acción moral solo si sé que la bala matará a mi enemigo. No hay moralidad animal, en esto soy muy extremo, como tampoco creo que los animales tengan conciencia de que existen como individuos.
¿Qué opina de la clonación humana? No se podrá nunca clonar a personas. Se pueden clonar los genes, pero siempre será una persona distinta; para que saliera Francisco Ayala de nuevo habría que poner los genes en un óvulo fecundado en el seno de mi madre y tendría que tener las mismas experiencias, amigos, colegios y todo igual que yo. La persona es la consecuencia de todas las experiencias, no solo los genes. Pero el antideterminismo extremo, decir que los genes no hacen nada, también es erróneo.
Usted ve España desde lejos y desde cerca. ¿Qué opina de la política científica que se hace en nuestro país? La política científica actual en España es un desastre. La ciencia, cuando yo era estudiante, estaba muy mal y cambió mucho tras el Gobierno socialista, lo digo porque fue como fue: la manera de pensar de ese Gobierno era más procientífica. La producción científica aumentó en la década de los ochenta: en revistas de primera categoría, por un factor de cinco, y el número de citas en artículos, un 17%. Parte de lo que pasó es que la inversión entonces creció del 0,45% a cerca del 1% para el año 1989. En ese momento se pretendía llegar al 2%, pero luego hay una crisis económica, un cambio de Gobierno, y España se queda en el 1%. Subió al 1,4% y ha bajado de nuevo, así que estamos donde estábamos en 1989 y muy por debajo de la media europea y de los países más avanzados.
¿Cómo podemos cambiar el paso para hacer cierto eso del cambio de modelo? No hay convicción ni en el público ni en las personas de gobierno, los legisladores. No hay convicción de que la ciencia paga. Cuando George W. Bush quiso cortar el presupuesto de ciencia, los de su partido le dijeron que no. Se sabe que el 50% del aumento económico de Estados Unidos desde la guerra mundial se debe a descubrimientos científicos hechos tras la guerra. Eso allí se entiende y aquí no.
Este año ya ha publicado dos nuevos libros en España. ¿Qué importancia le concede al papel de los investigadores como divulgadores? Hay tres más en camino. Unos científicos tienen que hacer ciencia; otros, enseñar en las escuelas, y otros, trabajar en divulgación. Pero en este sentido los periodistas son más importantes porque pueden desempeñar el papel clave. La prensa española publica muy poco sobre ciencia.

Se ha levantado (en España) una polémica a causa de un niño enfermo de difteria al que sus padres no quisieron vacunar y finalmente ha fallecido. ¿Qué le parece? Tan anticientífico como ir contra la evolución por creer en Adán y Eva. Una barbaridad. Si se empieza a dejar de aplicar vacunas, habrá tremendas epidemias. Si no hubiera vacunas, las personas vivirían en promedio 30 años menos. La prueba de las vacunas es tan convincente y definitiva que es absurdo que haya gente inteligente que lo niegue, y los que lo niegan es porque no se han tomado la molestia de saber qué son.

Abejas acuden a las ciudades para alimentarse

Los expertos gastronómicos y amantes del buen comer no son los únicos que buscan los mejores restaurantes en las ciudades, las abejas también se acercan a los centros urbanos en busca de una buena cena.
Gordon Frankie, entomólogo de la Universidad de California, estudia los hábitos alimenticios de las abejas en la provincia Guanacaste de Costa Rica para descubrir con qué frecuencia estos insectos polinizadores visitan jardines urbanos.
Frankie afirma que los resultados demuestran que las ciudades son un refugio habitual para las abejas, puesto que ofrecen nuevos recursos, especialmente si las plantas nativas escasean, especialmente debido a la expansión urbana, o si sus periodos de florecimiento son cortos.
Durante la pasada década, Frankie y su equipo han estudiado especímenes de la misma especie de plantas en bosques y ciudades y llevado a cabo un registro del número de abejas y especies que acuden a alimentarse en ellas. En Costa Rica hay 800 especies de abejas, el equipo recolectó 112 y descubrió que en la mayoría de los casos, las plantas situadas en zonas urbanas atraen al mismo número de especies de abejas que las de los bosques. De hecho, de forma ocasional reciben más visitas que estas.
Los resultados sugieren que los espacios urbanos correctamente diseñados pueden mantener e incluso mejorar la habilidad de los polinizadores de sobrevivir y hacer su trabajo. Lo que no está claro, sin embargo, es si los insectos se instalan en las ciudades o solo las visitan cuando van a comer.

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Estudio de la USACH, refuta la hipótesis sobre la colonización de especies invasoras, planteada por Charles Darwin

Fuente: Fuente: USACH/DICYT

En 1859 Charles Darwin publicó El origen de las especies, donde señaló que una especie invasora que exhibe un alto grado de parentesco evolutivo (relación filogenética) con la comunidad que invade, tendría escasas posibilidades de establecerse, pues la “lucha por la existencia” sería más intensa entre especies emparentadas. No obstante, experimentos actuales del investigador de la Facultad de Química y Biología y del Cedenna, el doctor Sergio A. Castro, en Chile, concluyeron algo diferente.
“Mucha gente ha aceptado, por la posición que alcanzó Darwin en la ciencia, sus hipótesis como hechos incontrovertibles. Sin embargo, muchas de ellas descansan sobre mecanismos no evaluados. Esto es una situación que se da en el desarrollo de las ciencias, ya que usualmente aparecen las observaciones, las que son puestas a prueba posteriormente”, señala el investigador del Laboratorio de Ecología y Biodiversidad de la Universidad de Santiago (USACH), Sergio A. Castro.

Doctor Sergio A. Castro, responsable de la investigación. (Foto: USACH)
Para poner a prueba la hipótesis de Darwin, junto al equipo de investigación que dirige, desarrolló un proyecto Fondecyt que dio origen a la publicación Evaluación de Hipótesis de Naturalización de Darwin en experimento de un conjunto de plantas: Las relaciones filogenéticas no determinan colonización éxito. Este artículo apareció en la prestigiosa revista Plos One, actualmente la revista científica más grande del mundo y con un alto factor de impacto (Q1) en relación a sus citaciones.
“A un territorio se pueden introducir diversas especies y varias pueden terminar por establecerse poblacionalmente como si fueran nativas; es decir, con independencia de la acción humana. Esto es lo que se considera una especie naturalizada. En nuestro experimento observamos la colonización de una planta sobre distintas comunidades vegetales, estas últimas con diferentes niveles de parentesco en relación a la invasora. Si Darwin tenía razón, se hubiese registrado una tendencia de establecimiento de la invasora dependiendo del parentesco evolutivo. Sin embargo, luego de tres años, evaluamos los resultados y no apoyaron la hipótesis de Darwin”, relata el académico.
El experimento se desarrolló en la localidad de Batuco y se seleccionaron 15 especies. Una de estas fue la lechuga silvestre (Lactuca), la que fue escogida como especie colonizadora o invasora y entre las 14 restantes, entre las cuales se encontraban la manzanilla, haba, rúcula, etc. se conformaron comunidades experimentales. Con estas plantas se desarrollaron cinco tratamientos, diferenciados por distancias filogenéticas con Lactuca, los cuales no mostraron dependencia de su colonización en relación al parentesco filogenético.

Lactuca perennis 

“En nuestro estudio todas las plantas pudieron convivir, independiente de sus parentescos. Por esto, los resultados manifiestan que la hipótesis de Darwin no tiene un respaldo tan sólido o por lo menos no es tan general como él lo planteaba”, indica Castro.
El investigador también ha evaluado la hipótesis de naturalización de Darwin analizando la composición de la flora chilena y las plantas exóticas que han sido introducidas. En esta publicación no solo logró concluir que la hipótesis no se cumplía, sino que emergían resultados en el sentido opuesto.
“Detectamos que una especie de otro ambiente puede llegar a Chile central y encontrar parientes que sobreviven muy bien en este clima. Estos mismos parientes le pueden entregar polinizadores y dispersores de semillas, haciendo de su naturalización algo más probable, contrario a lo esperado por la hipótesis de Darwin”, expresa.
A lo largo de las últimas décadas se ha observado un mayor interés de la ciudadanía en saber cómo las diversas actividades de la humanidad afectan al medio ambiente. El foco se ha centrado en el cambio climático, obviando otros aspectos como la introducción de las especies, sea flora o fauna, en territorios donde no son nativos. Estos aspectos son observados como parte del cambio global.
“Chile es una isla biogeográfica. Tiene una cordillera, un desierto y un océano que lo aíslan, por lo que su flora ha evolucionado desde hace más de 180 millones de años aislada del mundo. Sin embargo, en los últimos siglos se han introducido especies que son un riesgo para las especies nativas”, explica Castro.
Tal es la particularidad biogeográfica de Chile central que es considerado uno de los 35 “Hot Spot” (puntos calientes) de biodiversidad del planeta. Estos sitios representan lugares que concentran un alto porcentaje de especies endémicas, pero que al mismo tiempo su conservación se encuentra amenazada producto del impacto humano.

“Una especie introducida puede generar la extinción de otra nativa, erosionando nuestra biodiversidad. En la actualidad, nuestra diversidad de especies de plantas exóticas es alta en comparación a la flora nativa. La pregunta es qué podemos hacer para prevenir esto. Es muy poco lo que podemos hacer en un escenario de globalización, pero sí podemos generar diagnósticos para evitar que algunas especies entren y que además se naturalicen”, sentencia el investigador del Laboratorio de Ecología y Biodiversidad de la Facultad de Química y Biología, y del Centro para el Desarrollo de la Nanociencia y la Nanotecnología (Cedenna).


Megaloceros novocarhaginiensis, nuevo ciervo gigante del Pleistoceno

Fuente SINC

Megaloceros novocarhaginiensis, se trata de un cérvido que vivió durante el Pleistoceno temprano, hace 780.000 años. Asimismo, el científico ha descrito fósiles de la especie Dama cf. vallonnetensis, un gamo del que ya se tenían registros anteriores. 

El asta holotipo, la que define la especie, de 
Megaloceros novocarhaginiensis vista por ambos lados. / MNCN-CSIC
Megaloceros novocarhaginiensis, que tenía un aspecto similar al de los ciervos, medía casi dos metros de altura, es decir, era más pequeño que la especie M. giganeus y mayor que M. savini. El material paleontológico ha sido encontrado en Cueva Victoria, un yacimiento situado en Cartagena (Murcia-España).
En cuanto a Dama vallonnetensis es un gamo cuya talla era algo menor que el ciervo común. “Sus astas eran proporcionalmente más grandes que en los especímenes actuales de gamo persa, Dama mesopotámica, y el pelaje, aunque no lo podemos saberlo por los fósiles, debía ser parecido al de los gamos que conocemos hoy en día, Dama dama”, explica Jan van der Made, investigador en el Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC).
En el estudio, publicado en la revista Mastia, el científico examinó 153 fósiles del ciervo gigante y 34 de la especie más pequeña. “Tras comparar los fósiles, que incluyen astas, dientes y huesos de las extremidades, comprobé que, en el caso del ciervo, no coincidían con ninguna de las especies conocidas hasta ahora”, comenta el investigador. “Estos descubrimientos nos ayudan a completar la historia evolutiva de la familia de los cérvidos”, continúa.
Gracias a las dataciones, basadas en los cambios de polaridad del campo magnético de la Tierra, el equipo ha determinado que ambas especies habitaron la Península hace más de 780.000 años.
El magnetismo de la Tierra ha cambiado varias veces a lo largo de su historia, estos cambios quedan reflejados en las rocas sedimentarias y, gracias a estas huellas geológicas que dejan los cambios de polaridad y a los datos sobre el estado evolutivo de las especies animales, podemos saber la edad aproximada en la que vivieron ambas especies”, concluye Van der Made.
Referencia
  • Made, J. van der (2014). «The latest Early Pleistocene giant deer Megaloceros novocartaginiensis n.sp. and the fallow deer Dama cf. vallonnetensis from Cueva Victoria (Murcia, Spain)». Mastia 11-12-13, 2012-14, PP. 269-323

“¿Piedra, Papel o Tijera?”, como estrategia para evolutiva

La tijera corta al papel, el papel cubre a la piedra y la piedra rompe la tijera. Las reglas las conoce casi todo el mundo y el juego se emplea –al menos en la infancia– para resolver innumerables disputas y dirimir competencias.
Y dos matemáticos de la Universidad de Cornell parecen haber confirmado que algunos importantes rompecabezas de la evolución también pueden explicarse a partir de las reglas y estrategias de «Piedra, papel o tijera», reportó recientemente la revista Science.
Un buen recordatorio de que variantes del popular juego también están presentes en la naturaleza.

Casi todo el mundo conoce las reglas del «Piedra, papel o tijera».
Y en la naturaleza también existen diferentes versiones del juego.
Bacterias y lagartijas
Efectivamente, desde hace ya algunos años los científicos han encontrado que diferentes cepas de bacterias, que en principio no podrían convivir entre sí, pueden hacerlo en la práctica gracias a esta competencia «de a tres».
En su versión de «Piedra, papel o tijera» cada cepa se encarga de eliminar al enemigo de la otra, garantizando un equilibro dinámico que permite su coexistencia.
Este es, por ejemplo, el caso de la Escherichia coli, bacteria que produce y es a la vez sensible a las colicinas, un tipo de antibiótico de reducido espectro.
Las cepas de la E.coli que producen colicinas («piedra»), matan a las cepas sensibles a las mismas («tijera»), que a su vez son más fuertes que las cepas resistentes («papel»), que por su parte son capaces de derrotar a las productoras («piedra»).
Diferentes cepas del E.Coli pueden convivir gracias a su eterno juego de «Piedra, papel o tijera»
Y ahí está también el caso de algunas lagartijas, que compiten entre sí eligiendo entre tres estrategias diferentes –agresión, cooperación o engaño– para obtener pareja.
Como ocurre con el juego de «Piedra, papel o tijera», cada una de estas tácticas tiene garantizada la victoria frente a una de las alternativas y la derrota cuando se enfrenta a la otra.
Pero, en el caso de algunas lagartijas, los competidores no necesariamente mantienen una estrategia constante que en caso de éxito es perpetuada por las crías de los vencedores, como se asume en el modelo de las bacterias.
Y el trabajo matemático de Steven Strogatz y Danielle Toupo, del Centro para las Matemáticas Aplicadas de la Universidad de Cornell, ahora ofrece una explicación para ese comportamiento.

En el caso de las lagartijas de costados manchados el juego se podría llamar «Agresión, cooperación o engaño». Y científicos de California han visto como las estrategias más populares han fluctuado a lo largo de los años.
Buscando una ventaja
Strogatz y Toupo modificaron las ecuaciones que gobiernan las fluctuaciones de las estrategias en el tiempo para introducir la posibilidad de «mutantes».
Es decir, jugadores que cambian de estrategia en pleno juego o de crías que no repiten la estrategia vencedora de sus progenitores.
Y encontraron que, en el largo plazo, esto termina provocando un patrón estable en el que cada una de las tres «armas» gana y pierde popularidad de forma cíclica y progresiva; un patrón que se repite incuso en especies que tienen niveles de mutación muy cercanos a cero.
«Nuestra principal conclusión es que el estado de coexistencia, en el que las tres especies existen en equilibrio, puede verse desestabilizada por tasas de mutación arbitrariamente pequeñas», afirman los matemáticos en su estudio «Dinámica no lineal del juego piedra-papel-tijeras con mutaciones», publicado en la edición de mayo de la revista Physical Review E.
Y, como explica Science, esto significa que un poco de mutación evita que el juego derive a una situación en la que todas las estrategias aparezcan en iguales números –lo que no le daría la ventaja a ninguna– o que sus proporciones fluctúen locamente.
Un hallazgo, afirma la revista, que ayuda a entender mejor las estrategias de competencia de los seres vivos en su lucha por la existencia.
Fuente

Delfín chileno (Cephalorhynchus eutropia) se estaría separando en dos poblaciones distintas

por Cristina Espinoza (La Tercera)
Estudio concluye que existen diferencias genéticas entre poblaciones de la zona central con las de zona sur.
Cephalorhynchus eutropia (Fuente CMS)

El delfín chileno (Cephalorhynchus eutropia), delfín negro o tonina es una especie endémica, poco estudiada y vulnerable. Habita entre Valparaíso y la isla Navarino (Región de Magallanes), y su clasificación de riesgo de extinción se ha hecho separando a los que viven desde la Región de Los Lagos al norte y de ahí al sur. Los primeros están vulnerables y en el sur casi amenazados.
Ahora un estudio logró determinar que esa separación no es aleatoria, sino que tienen diferencias genéticas.
María José Pérez, investigadora postdoctoral de la U. de Chile y del Centro de Investigación Eutropia (dedicada a estudiar los mamíferos marinos nativos), realizó un análisis genético a delfines de ocho localidades de la costa chilena. Su trabajo arrojó que no hay intercambio genético actual entre poblaciones y que se estarían diferenciando.
A la luz de esta información existe una población desde Puerto Montt hacia el norte y otra desde Puerto Montt hacia el sur, lo que es bastante impresionante para un delfín que tiene la capacidad móvil de cruzar el canal de Chacao y, por tanto, el quiebre poblacional no debería ser tan abrupto. Pero los resultados son reveladores, avalan una marcada estructura poblacional, formándose dos poblaciones”, dice Pérez.
Esa diferencia también se da en términos morfológicos, “es decir, podríamos pensar que cada población ya se estuviese adaptando al ambiente donde habita -diferencias en el cráneo por ejemplo-, lo que a largo plazo contribuye a la diferenciación entre ellas”, agrega la bióloga marina. “Se encontraron diferencias en  tamaño de estructuras funcionales de los cráneos entre la zona norte y la zona sur, lo que quiere decir que esto apoyaría que los delfines de cada lado se estarían adaptando a las condiciones del ambiente donde se encuentran”, asegura.
Es el primer estudio que muestra una visión integral del delfín chileno y contribuye con información necesaria para definir estrategias de conservación para la especie.
Se identifican dos unidades poblacionales para el delfín chileno, dos unidades que deben ser tratadas como independientes desde el punto de vista de conservación. Cada una debe responder a planes de manejo diseñados de acuerdo a las exigencias y características de la zona, no como una sola población”, sostiene.

Eso porque dependiendo de su ubicación tienen distintas amenazas y mientras en el norte la pesca incidental es el mayor riesgo, en el sur lo es la maricultura (cultivo de organismos marinos para productos alimenticios).

La reproducción de las Ballenas

Fotografía: Eubalaena australis (Ballena Franca Austral)
Pelancura – V Región – Chile – Ago/2013 por @FNardecchiaS

En la reproducción de las ballenas, la hembra pare una sola cría, llamada ballenato, tras un período de gestación que varía entre 9 y 16 meses, según la especie. El cachalote es la especie de ballena que tiene la gestación más larga, es decir, 16 meses. Normalmente, las ballenas tienen una cría cada 3 años. Estas crías pesan alrededor de 2 toneladas al nacer y miden entre 4 y 5 metros, dependiendo la especie. Tienen la capacidad de nadar desde el primer momento.
Las crías de las ballenas crecen muy rápido, aproximadamente 3 centímetros por día durante los primeros dos meses de vida. En parte, esto es debido a que la leche de ballena es muy nutritiva, tiene un alto porcentaje en grasa. Pasan entre siete y doce meses tomando leche de su madre. Durante estos primeros meses las crías acompañan a sus padres en los movimientos migratorios. Y están protegidos no sólo por sus padres, sino por todo el grupo. Las ballenas alcanzan la madurez sexual entre los 6 y 13 años de edad. Pueden vivir entre 20 y 60 años, lo que resulta significativamente más largo que la mayoría de otras formas de vida acuática.
Fuente

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